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Home Cultura Lito/eral Mimesis/Contar historias: contar al otro

Mimesis/Contar historias: contar al otro

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 Pablo del Ángel Vidal / Primera Parte

 
 
Elogio del lector
 
El texto que leerán a continuación, puede resumirse así: son los apuntes de un lector, sobre cuestiones diversas que atañen a la escritura de historias, sean ficciones literarias o trabajos periodísticos.
A propósito de su experiencia personal como lector, Jorge Luis Borges dijo: “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”. Y remataba Borges, con elegante modestia: “No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector”.
Estas palabras de Borges, reivindicando la función del lector, la experiencia de la lectura, me sirven como introducción y como descargo. No soy un escritor: soy un lector. Por supuesto, dado mi trabajo académico –clases de redacción a nivel universitario- me ocupo de cuestiones de escritura, y siempre que quiero escribo algunas cosas. Por supuesto, pienso que a través de mi experiencia como lector puedo dar algunas orientaciones sobre tareas de escritura. De otro modo, ni mi trabajo ni el texto que ustedes revisan –hipotéticos lectores- existirían.
Les escribe, pues, un lector que quiere compartir con ustedes algunas certezas y  perplejidades a la hora de crear y contar historias.
Una intuición, que surge de mi experiencia como lector: antes de ser grandes escritores, los escritores han sido grandes lectores. Con la excepción de Homero, de quien nos cuenta la tradición griega que estaba ciego, si uno revisa la historia personal de los grandes de la literatura universal, y a los grandes del periodismo del siglo XX, aparece un hecho desnudo: la pasión por la lectura es un rasgo esencial. 
Veamos casos paradigmáticos en la literatura. 
1) Harold Bloom, un reconocido crítico literario de lengua inglesa, cuenta en su libro El Canon Occidental (Anagrama, 1994) que William Shakespeare se bebió (como lector) el teatro inglés anterior a él y otras tradiciones de cuño anglosajón, que a su vez derivaban del teatro griego. Así Shakespeare pudo crear, con retazos de historias anteriores, sus historias que parecían surgir de la nada, y que asombran todavía por su sello de originalidad. Esta originalidad de Shakespeare dependió en buena medida de sus abundantes lecturas, como lo hizo notar el poeta y ensayista T.S. Elliot, descubriendo las fuentes de Hamlet (Función de la crítica y función de la poesía).
2) El cuarto tomo de las obras completas de Fedor Dostoyevsky (Aguilar, 1995), se titula Diario de un escritor, pero debió titularse diario de un lector. Ahí observamos cómo Dostoyevsky se mantenía atento a las obras literarias de la Europa del siglo XIX, y cómo sus reseñas incluían numerosas referencias a clásicos de diferentes épocas. Esta formación como lector –uno lo imagina sin forzar tanto la lógica- ayudó sustancialmente al Dostoyevsky escritor. 
3) Stendhal, nuestro archinarrador ante el altísimo, según Ortega y Gasset, era un lector empedernido: de Shakespeare, de crónicas literarias medievales, de crónicas periodísticas de su tiempo. Es famosa una acusación de plagio que le hicieron a Stendhal, porque basó la trama de Rojo y Negro, su novela más conocida, en una crónica periodística de un crimen pasional: un joven francés mató a su amante, una mujer madura y rica, además de embarazar a una joven también rica y hermosa. Esto es precisamente lo que le ocurre a Julian Sorel, el protagonista de Rojo y Negro. Siempre me ha parecido una acusación injusta y sin fundamento el reprochar a Stendhal un plagio por tomar como base para Rojo y Negro la crónica de un crimen pasional: en esa crónica seguramente no se encontraba ni la profundidad psicológica de los personajes, ni la complejidad y precisión de Stendhal al reflexionar como novelista sobre su tema favorito: el amor y sus manifestaciones más intensas. Olvidan los acusadores de Stendhal que él actuó como lector, tomando los elementos de una historia que le pareció valiosa, aprendiendo de esa crónica en alguna medida, pero después aplicó a esos elementos periodísticos su gran imaginación literaria, y nos mostró en Rojo y Negro, de manera ficticia, lo que el periodismo, anclado en la realidad, no podía mostrar: los motivos que llevan a alguien a realizar acciones pasionales.
Veamos ahora –con mayor brevedad- casos paradigmáticos en el periodismo.
Podemos referirnos, en México, a grandes periodistas que son o fueron  grandes lectores: Carlos Monsiváis es una referencia infaltable, y su casa en todos los rincones estuvo llena de libros. Julio Scherer, en sus libros, nos habló tangencialmente de sus obsesiones como lector: Elías Canetti, Gabriel García Márquez, Borges, Paz, José Revueltas, Daniel Cosío Villegas, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Jorge Ibargüengoitia, entre otras referencias del Scherer lector. De José Emilio Pacheco basta decir que en su columna Inventario de la revista Proceso fueron reseñadas las obras literarias más importantes de México,  Latinoamérica y el mundo.
El fallecido Riszard Kapuscinski (polaco) y Tom Wolfe (norteamericano), dos de los periodistas más prestigiados a nivel internacional, han documentado su vida como extraordinarios lectores. Kapuscinski nos habla de ello en Apuntes nómadas (revista Nexos, octubre de 1996), donde recapitula sobre las claves del oficio periodístico. Una de ellas es la lectura. Si no leemos, plantea Kapuscinski, no podremos invitar a otras voces a resonar en nuestros textos. Kapuscinski denomina cualidad ‘cubista’ de la escritura a la capacidad de presentar, como autor de un texto, versiones distintas de un hecho en voces autorizadas. Tom Wolfe, en su libro El periodismo canalla, recrea la polémica entre literatura y cine como formas de expresión. Para ello, Wolfe hace un repaso minucioso de algunos grandes creadores literarios norteamericanos, desde 1930 a la fecha: William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, John Steinback, John Doss Passos, Truman Capote, Christopher Isherwood, entre otros. Lo que resalta sin duda es que Wolfe, para ser un gran periodista (y también un gran novelista, con La Hoguera de las vanidades y Todo un hombre) ha tenido una formación intensa, producto de la lectura. 
¿Tengo que seguir con ejemplos? No quiero aburrirlos. Sólo me gustaría recalcar –en este foro- que la lectura es una formación indispensable para la escritura. Se trata de una obviedad, que he tratado de esquivar con ejemplos entre lo más selecto de la literatura y el periodismo: grandes literatos y periodistas que son (o fueron) grandes lectores.
Recapitulo: la escritura -su desarrollo como forma de expresión personal- depende de la lectura. En cualquier campo del saber, no hay camino hacia la escritura que no pase por la lectura atenta de otros que estuvieron antes que nosotros.  Seguiremos…
 
 

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