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Home Escala Crítica Villahermosa, inseguridad, percepción; baja tres escalones, pero sigue arriba

Villahermosa, inseguridad, percepción; baja tres escalones, pero sigue arriba

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 Escala Crítica/Columna diaria

 
*Temor como construcción social: imaginación y violencia real
*Legalidad y urbanidad, tarea de autoridades y población
*Ausencia de organización social, precaria institucionalidad
 
Víctor M. Sámano Labastida
 
SEGÚN el más reciente reporte del INEGI, Villahermosa -la capital tabasqueña- ya no se ubica en el primer lugar de “percepción de la inseguridad”. De septiembre a diciembre de 2017 mejoró tres posiciones en este índice. Las ciudades de Reynosa (Tamaulipas), Chilpancingo (Guerrero) y Fresnillo (Zacatecas), están ahora en el primero, segundo y tercer sitio respectivamente. Como le hemos comentado, el caso de que una localidad sea percibida como más insegura no necesariamente indica que tenga el más alto índice de violencia.
De la misma forma que una entidad o región con enorme incidencia de delitos puede no figurar en los primeros lugares de percepción de inseguridad. Esto es, no existe una relación directamente proporcional. De esta forma, podemos encontrar que todavía más de 90 de cada cien villhermosinos sigan considerando una alta peligrosidad en la capital.
Aunque la percepción deriva de la realidad, no es la realidad. Por ejemplo, cuando Villahermosa se ubicó a la cabeza de las ciudades en las que su población “se sentía más insegura” (todo 2016 y principios de 2017), otras urbes tenían más altas cifras de homicidios y robos. Distinguir entre ambas circunstancias permite actuar eficazmente.
 
MUCHO POS HACER
NO ES OCASIÓN para echar las campanas al vuelo porque la capital tabasqueña registró en diciembre un 94.4 por ciento percepción de inseguridad, colocándose en el cuarto sitio nacional. Pero algo se ha avanzado. Cuando se encuentra una ruta acertada, hay que mejorarla.
En septiembre de 2017, Villahermosa fue considerada por sus propios habitantes como la ciudad más insegura. Las otras urbes eran Coatzacoalcos, la Región Norte de la Ciudad de México, Reynosa, Ecatepec de Morelos y la Región Oriente de la Ciudad de México. Aunque las mayores cotas de crímenes sucedían en Guerrero, Nayarit y Colima.
Los sitios más riesgosos: los cajeros automáticos de los bancos, seguidos del transporte público, sucursales bancarias, calles, mercados y carreteras.
Sin duda que la revisión de los problemas de inseguridad y violencia tendrán en estos días un importante ingrediente partidista-electoral. Pero más allá del debate o los enfoques coyunturales para ganar o restar los votos, lo que importa a la gente común es qué hacer frente a la delincuencia. 
Es evidente que en primer lugar está la necesidad de que las autoridades –todas- cumplan con su obligación, y que las leyes se apliquen (bandos de policía, reglamentos de tránsito, etcétera), al tiempo que se instrumenten medidas imaginativas y eficaces (sistema de cuadrantes, proximidad policial, programas de convivencia y conciliación entre vecinos).
Se deben socializar las experiencias exitosas en la recuperación de los espacios de públicos comunes y en la eliminación de incentivos a la delincuencia. En este terreno, la acción de los gobiernos municipales resulta determinante; más aún en demarcaciones altamente pobladas y con intensa movilidad como Centro-Villahermosa.
 
VIOLENCIA: DOS DIMENSIONES
DURANTE una visita reciente a Tabasco, el periodista y especialista en temas de seguridad Marco Lara Klahr preguntaba si existía un diagnóstico local y sustentado sobre las causas de la violencia y los motivos de la percepción de inseguridad. Una tarea para sociólogos, criminalistas, urbanistas…
Hace una década, el ecuatoriano Fernando Carrión Mena publicó un interesante estudio sobre “Percepción de inseguridad ciudadana” con algunas reflexiones que pueden ser adaptadas a nuestro contexto.
Subrayó que “la violencia tiene dos dimensiones claramente diferenciadas e interrelacionadas: la inseguridad que es la dimensión que hace referencia a los hechos concretos de violencia objetiva producidos o, lo que es lo mismo, la falta de seguridad. Y la percepción de inseguridad que hace relación a la sensación de temor y que tiene que ver con el ámbito subjetivo de la construcción social del miedo generado por la violencia directa o indirecta”.
De esta segunda dimensión de la violencia sostiene Carrión Mena que “se caracteriza por existir antes de que se produzca un hecho de violencia (probabilidad de ocurrencia), pero también después de ocurrido (por el temor de que pueda volver a suceder). Es anterior, en la medida en que existe el temor de que se produzca un acto violento sin haberlo vivido directamente y, puede ser posterior porque el miedo nace de la socialización (allí el papel de los medios de comunicación) de un hecho de violencia ocurrido a otra persona”.
Cada localidad y región tiene sus propias causas y condiciones. Tabasco, por ejemplo, con las inundaciones del 2007; la irrupción de las bandas procedentes de Veracruz desde finales de los 90 y la dispersión provocada por la llamada “guerra del narco”; el desplazamiento de intereses como parte de la alternancia en el poder y el explosivo desempleo por el cambio en la economía petrolera, entre muchos otros factores. 
Retomo a Carrión Mena: si la percepción de inseguridad nace socialmente, también puede ser contrarrestada y revertida de la misma manera.
Advierte también que la citada percepción puede originarse en “sentimientos de soledad o de oscuridad que finalmente tienen que ver, en el primer caso, con la ausencia de organización social o la precaria institucionalidad; o en el segundo caso, por la falta de iluminación de una calle, la ausencia de recolección de basura o la inexistencia de mobiliario urbano”. Y hay más ( Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
 
 

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