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Coronavirus: sálvese quien pueda

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 Erasmo Marín Villegas

 
Mi madre me decía “sonríe siempre” : Guasón.
El invierno suele ser una época triste, de ahí que la humanidad se refugie en la Navidad para alegrar diciembre. Para los campos, ésta no es temporada de siembra ni de cosecha; los escolares se van de vacaciones; los fabricantes aprovechan para que descanse su personal y la burocracia se declara de brazos caídos.
Precisamente en el último mes del 2019 surgió el Coronavirus, primero en China y ya después se propagó en el resto del mundo. Desde entonces nada es igual.
En los cuatro primeros meses del 2020, el Diluvio, el Apocalipsis, la mala suerte, o simplemente las carencias de una sociedad sin esperanzas, se hicieron visibles. Un sistema político torpe y corrupto; una economía que sólo reproduce pobreza; una sociedad individualista, dividida, atrapada en la industria del espectáculo y el entretenimiento.  
Algo está pasando. El Papa Francisco oficia en una desolada Plaza de San Pedro y advierte que la humanidad está asustada y perdida: “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”
El líder de la Iglesia Católica conmina abrazar la Cruz mientras escenas inauditas se repiten en hemisferios diferentes: un ecuatoriano abandona el cuerpo de su madre muerta en una banca del parque público porque las autoridades sanitarias no le toman la llamada y el temor del contagio lo lleva a la barbarie; en la Italia y la España primermundistas los contagiados mueren en los hospitales sin recibir el último adiós de sus familiares, para luego –también sin la señal de la Cruz o de alguna otra imagen de su creencia- ser llevados a los hornos del crematorio.
Debilidad que se reproduce cual pandemia, el síndrome de FOMO ( del inglés fear of missing out, o temor a perderse de algo ) se refleja en hordas de personas peleando en el supermercado por un paquete de papel higiénico; gente que se “contagia” por ver al vecino llevando una mercancía que al final no es de gran utilidad, sólo por no quedarse atrás .
Y aunque el mundo globalizado no se concibe sin el libre tránsito de personas y mercancías, para sorpresa de todos los países bloquean sus fronteras cerrando el paso a turistas (divisas), migrantes (mano de obra barata) y a la exportación de productos (libre comercio).
En un intento por proteger su economía, Italia, España y Estados Unidos deciden posponer la alerta sanitaria, pero un gran número de muertos les recordará siempre esta mala decisión. Oficialmente, para el 12 de abril suman en el mundo más de un millón 600 mil los infectados y  más de100 mil los muertos.
Como efecto bumerang, los países regresan a China. Ahí se originó el virus y ahora tiene que auxiliar produciendo material médico a gran escala. La paradoja es que el país asiático se haya convertido en el gran maquilador, pues en términos de números resulta más económico ordenar el pedido “made in China” que la fabricación propia, ahorrando en impuestos, pago de salarios e insumos.
¿Quédese en casa? Tal parece que en medio del caos los astros se alinearon para favorecer a la industria del entretenimiento, y cuando se vea el amanecer, los streaming, las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram, Tik tok) y los servicios a domicilio (Amazon, Mercado libre) serán los gananciosos del covid-19
Al final de cada día el precipicio asoma; unos ya se adelantaron a brincar, los demás vivimos en el dilema universal de “sálvese quien pueda” o “primero los niños, mujeres y ancianos”. O lo menos grave: la vacuna está descubierta pero el acceso a ella está restringido. Cuánto tienes, cuánto vales. Dios nos agarre confesados. 
Carajo! Quédate en casa.
 
 

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