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El síndrome del Titanic

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 “Mi muerte es tu muerte, mi vida es tu vida”

Edgar Morin
 
Erasmo Marín Villegas*
 
Antaño, cuando en una comunidad situaciones de “mala suerte” generaban un ambiente de temor e incertidumbre, el líder municipal convocaba a una asamblea urgente, sentaba a su lado al sacerdote del lugar, al jefe de la Policía, al tendero y al director de la escuela rural. Su discurso era infalible para los creyentes: recitaba el Apocalipsis del libro de San Juan, seguido de las predicciones del profeta Nostradamus, para luego terminar diciendo que “la penumbra del miedo la genera la inmovilidad, que nada se termina mientras exista la certeza de que la labranza necesita de nuestro trabajo”.
En el siglo pasado se recurrió a los economistas para salvar a la humanidad de la crisis generada por las guerras mundiales; uno de ellos, John Maynard Keynes, promovió la inversión del Estado en obra pública como una forma de alentar el empleo y la reactivación de la industria y los servicios. Eran tiempos de Gobiernos que concentraban el poder económico, político y social.
En el transcurso de los años, el Estado proveedor se vio imposibilitado para atender las demandas de una población que prefería abandonar las zonas rurales para establecerse en las metrópolis.  
Ante el aumento de necesidades sociales, el economista Milton Friedman encabezó un grupo de teóricos que convencieron a los mandatarios de Estados Unidos, Ronald Reagan, y de Inglaterra, Margaret Thatcher, de que correspondía a la Iniciativa Privada -a través del neoliberalismo- librar al mundo de esta nueva crisis. Para entonces coincidían las revoluciones de Terciopelo: países del bloque socialista se independizaban de la tutoría de la ex poderosa URSS y se sumaban al liberalismo como opción de desarrollo.
El Estado dependía ahora de “la mano invisible del mercado”,  es decir, de la buena voluntad de los inversionistas privados.
Esta fórmula permitió extender la crisis mundial con la ilusión que promueve el consumismo, hasta acorralarnos en el “síndrome de Titanic” –denominado así por el sociólogo Zygmunt Bauman-, que se caracteriza por una contagiosa euforia en pleno naufragio. “Una parte de la población-aquella que todavía no se ha visto afectada por la crisis- agota sus ahorros y acelera el ritmo de sus gastos (consumiendo más de lo necesario, dándose ciertos caprichos, vacaciones, espectáculos, etc. ), cerrando los ojos a la realidad como si nada estuviera pasando”.
La globalización“navega”en altamar como un barco sin brújula ni estrellas que le indiquen una ruta segura al puerto más cercano. La crisis que enfrentamos no será transitoria, el derrumbe del neoliberalismo dejó en terapia intensiva al sistema económico, político y social.
Científicos sociales como Edgar Morin, Byung-Chul Han Zygmunt Bauman hacen llamados a tiempo a una sociedad ciega, sorda y muda, que prefiere vivir en la efímera opulencia con la esperanza de que todo va a cambiar, motivada por el egoísmo de acaparar cada vez mayor poder económico y político.
La inhabilitación de la especie humana puede ocurrir mediante la elección democrática de un gobierno que represente desde el poder los “intereses del pueblo”. En la actualidad, también el poder económico toma decisiones soberanas, incluso sobre cualquier norma que defienda los derechos del consumidor; imponer precios al barril de petróleo en plena pandemia y en perjuicio de naciones enteras es una demostración del poder soberano que no reside en los ciudadanos.
El filósofo coreano Byung-Chul Han advierte que el Big Data marca el fin de la persona y de la voluntad libre. “El neoliberalismo es el capitalismo del ‘me gusta’. Se diferencia sustancialmente del capitalismo del siglo XXl que operaba con coacciones y prohibiciones disciplinarias”. Con este poder de no gran esfuerzo, de violencia -ya que simplemente sucede con un ‘me gusta’ - dejamos lo humanoide para pasar a ser un algoritmo más, programado para responder a estímulos que nos llevan a tomar decisiones políticas, de consumo o entretenimiento que moldean nuestra identidad. La comunicación digital no permite el diálogo, es una imposición.
El pensador francés Edgar Morín, en su libro ¿Hacia dónde va el mundo?, establece que la crisis se generó cuando creímos en “desarrollo “ y “progreso”; tarde nos dimos cuenta que “los desarrollos conllevan subdesarrollo y las progresiones conllevan regresiones”; la evolución tiende,  como se ha practicado, a su autodestrucción.
Morín hace un llamado a no desfallecer, a unirnos a la resistencia, pues asegura que el “Octubre polaco”, el “mayo parisino”, la “primavera de Praga”, el “abril de Portugal”, fueron sólo liberaciones efímeras, nuevos éxtasis de la historia.
La incertidumbre actual tiene una puerta: la acción política y de insistencia permanente, como la ballena de Michelet . “Se había imaginado que las ballenas, para aparearse, debían lanzarse por los aires verticalmente y proyectarse una hacia otra, de forma que, como un rayo, por azar, el sexo del macho penetrara el de la hembra y le lanzara su esperma. ¡Cuántos esfuerzos infructuosos, infinitos necesitaban las ballenas de Michelet para reproducirse! Este mito es la imagen de la acción política, que necesita de dolores repetidos, ensayos/errores ininterrumpidos, para que un día, por azar, la fecundación se produzca”.
En el colapso, nos ayudaría pensar que vivimos en un periodo de coyuntura, una transición dolorosa pero única vía de negociación política para alcanzar una estabilización social y económica.
Ahora sabemos que de la palabra crisis debemos retomar su acepción original griega: “punto de inflexión”, es decir, debemos asumirla como una oportunidad de análisis holístico donde importen todos; también debemos recuperar el instinto de curiosidad y la sabiduría que permitieron al Homo sapiens dominar el fuego y cambiar su futuro fatalista.
 
 

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