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El hombre sin rumbo

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 “La muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque/quema los labios.//El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla,/la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de los juguetes/favoritos y su amor más permanente”.//Octavio Paz, El laberinto de la soledad

 
Erasmo Marín Villegas*
 
Medios de comunicación, como el diario El País de España y la BBC News de Inglaterra, convocaron a científicos, escritores, activistas y periodistas a reflexionar sobre dos cuestiones fundamentales respecto al azote global del Coronavirus ¿Cómo será el mundo que nos espera a la salida de esta crisis? ¿Qué rumbo debemos tomar?
 
El filósofo español Fernando Savater, en su video-charla denominada “Apuntes sobre la pandemia: la solidaridad y la ciencia”, refirió que la pandemia nos hizo recordar la vulnerabilidad de los seres humanos, pues más allá de nuestra inteligencia e ingenio, somos frágiles. En su reflexión llamó a separarnos de la muchedumbre, esa posición peligrosa, insegura, que arrolla y patea todo a su paso, y aspirar a una sociedad que ante un peligro natural recurra a los conocimientos científicos y a la solidaridad humana.
 
En la literatura universal, el escritor tiene la libertad para decidir el futuro de sus personajes. Jack London, en “La peste escarlata” (1912), evita el exterminio humano poniendo a salvo a pobladores de San Francisco, California, que son atacados por un virus en el año 2013. “En su primera fase, la enfermedad aparecía acompañada por convulsiones que no eran graves; cuando éstas cesaban ...entonces invadía una especie de entumecimiento que subía a partir del pie y el talón, alcanzaba las piernas, las rodillas, los muslos, el vientre, y seguía subiendo. En el instante mismo en que llegaba al corazón se producía la muerte”. En una hora el cuerpo y la cara se ponían color escarlata.
En la novela, el abuelo Smith, ex profesor de Lengua, y su nieto Edwin, forman parte de las tribus que poblarán de nuevo las ciudades.
 
Los protagonistas de “El Rey Peste” (1835), Edgar Allan Poe, son dos marineros, el Patas y Hugh Tarpaulin, quienes después de huir de unos furiosos parroquianos saltan la barda para adentrarse a callejones oscuros y mugrientos, donde se presume nació el padecimiento del Diablo: La plaga. Los marineros se dan tiempo de disfrutar una velada con el Rey Peste, cuyo distintivo era sostener en sus manos un cráneo de vino. Los audaces marineros libran la muerte, huyendo con dos damiselas rumbo al barco Free and Easy.
 
En el “Diario del año de la peste”, Daniel Defoe recrea el accionar de la naturaleza humana cuando se enfrenta a una calamidad como la peste que sacudió Londres, Inglaterra, en los años 1664 y 1666. En esta novela la salvación de la humanidad “no fue producida por el hallazgo de ninguna nueva medicina ni por ningún nuevo método de curación; tampoco por la experiencia que hubieran adquirido los médicos y cirujanos en la operación, sino que era, indudablemente, la obra secreta e invisible de ‘Aquel’ que primero había enviado esta enfermedad como castigo”.
 
Escrita en 1722, el narrador es un comerciante creyente que describe cómo el estrato social más rico, especialmente la nobleza y la clase acomodada, huye de Londres para refugiarse en sus propiedades de la periferia, mientras la clase trabajadora y sus familias formaban parte de la estadística de muertos.
 
En este confinamiento extremo la lógica indica que el peligro no proviene de una guerra, donde un jefe militar puede ordenar el cese al fuego; tampoco de la tragicomedia mexicana de “si para morir venimos, disparen a mi pecho cabrones”.
 
La disyuntiva natural de afirmar que entre nacer y morir transcurre nuestra vida, como si todo se resolviera en línea recta, es una respuesta forzada para eludir la responsabilidad social que tenemos con nuestros semejantes; esperamos sentados a que nos indiquen el camino a seguir -el cual la mayoría de las veces es el equivocado- sin la opción de dar marcha atrás para concluir diciendo “que de arrepentidos está lleno el cielo”.
 
Es tiempo de darle sentido a nuestros actos.
 
En “El laberinto de la soledad” Octavio Paz hace en una descripción puntual del mexicano desde la Conquista hasta 1950, año en que fue publicado el libro. El poeta mexicano y premio Nobel de Literatura refiere que “el hombre moderno tiene la pretensión de pensar despierto. Pero este despierto pensamiento nos ha llevado por los corredores de una sinuosa pesadilla, en donde los espejos de la razón multiplican las cámaras de tortura. Al salir, acaso, descubrimos que habíamos soñado con los ojos abiertos y que los sueños de la razón son atroces. Quizá, entonces, empezaremos a soñar otra vez con los ojos cerrados”.
 
En ese cerrar de ojos y descansar de esta vida agitada quizá esté la respuesta de cómo será el mundo que nos espera a la salida de esta crisis y qué rumbo debemos tomar. Jack London propone destrucción y creación; Edgar Allan Poe apuesta por el ingenio y la inteligencia; Daniel Defoe por el poder divino; Savater por la sociedad y la ciencia, y Octavio Paz por la autocrítica para edificar algo nuevo.
 
Todo inicia con decisiones individuales. ¿Cuál será nuestra aportación para crear una nueva sociedad? ¿Estamos preparados para salir de nuestra zona de confort? ¿Está la respuesta en soñar con los ojos cerrados?
 
 

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