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Home Cultura Lito/eral Mímesis/A 100 años del Ulises de James Joyce (V y final): crítica en su tinta, citas y destino

Mímesis/A 100 años del Ulises de James Joyce (V y final): crítica en su tinta, citas y destino

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 Pablo del Ángel Vidal

I
Trivial y cuatrivial: Ellmann y Steiner    
Es 1924 y la escena se desarrolla en un café de París. Un desconocido se acerca a James Joyce y le dice: “Ulises es un libro trivial”. Joyce replica: “sí, y también es un libro cuatrivial”. No se conocen más detalles. El silencio resulta magníficamente joyceano después del adjetivo cuatrivial. 
El insomne lector puede navegar en google y buscar la palabra ‘cuatrivial’. Se sorprenderá con las dificultades de la información virtual para precisar sentido y significado. Es la especialidad de Joyce: arrojar cáscaras de plátano para que resbale cualquier enciclopedia.      
Si se tratara de elegir a los críticos más agudos de Ulises, habría que pasar 100 años de soledad lectora. O quizás 300, como quería Joyce mantener ocupados a sus críticos. Dado que ese ejercicio lectoris no es humanamente posible, hay que situarse en las lecturas realizadas y elegir para compartir.
Mención honorífica: Richard Ellmann (1918-1987), notable biógrafo enamorado de Irlanda, realiza un trabajo de ida y vuelta entre la vida y la obra de Joyce. Su obra cumbre James Joyce (1959) resulta espléndida, de una profundidad en los detalles que corta el aliento. Ellmann fue el primer norteamericano catedrático de Literatura inglesa en la Universidad de Oxford. Por esa razón aquí –en el primer texto homenaje- lo mencioné como inglés. No lo considero crítico de Joyce por la cercanía emocional y estética que muestra en sus palabras:  demasiado cerca del fuego irlandés.    
George Steiner (1929-2022) merece mención especial por un elogio estético a Joyce, de corte panorámico: “No cabe duda que el contraataque más exuberante lanzado por escritor alguno contra el reduccionismo del lenguaje es el de James Joyce. Después de Shakespeare y de Burton, la literatura no había conocido semejante goloso de las palabras. Como si se hubiera dado cuenta de que la ciencia había arrebatado al lenguaje muchas de sus antigua posesiones, de sus colonias periféricas, Joyce quiso anexionarle un nuevo reino subterráneo. El Ulises pesca en su red luminosa la confusión viva de la vida inconsciente”. Steiner acierta: Joyce, goloso literario, defendió el arte justo cuando la ciencia reclamaba el trono del lenguaje en los inicios del siglo XX. 
Otro aspecto, vital para Steiner, es la virtud imaginativa de la ceguera: “Joyce, como nadie después de Milton, devuelve al oído inglés la vasta magnificencia de su ancestro. Comanda grandes batallones de palabras, recluta nuevas palabras hace tiempo olvidadas u oxidadas, llama a filas otras palabras nuevas convocadas por las necesidades de la imaginación”. Joyce perdió la vista, como Borges, y el poeta inglés John Milton era ciego. De ahí este elogio al oído, bien merecido. Cuando el lector quiera comprender a fondo un texto, la principal recomendación es que lo lea en voz alta.
 
II
De profundis: la crítica de Eco y Bloom
De las lecturas realizadas sobre Joyce y su novela Ulises, me decanto por el italiano Umberto Eco (Las poéticas de Joyce, 1962) y el enfant terrible de la crítica moderna, el estadounidense Harold Bloom (El canon occidental, 1994, ensayo “El agón –combate- de Joyce con Shakespeare”). 
Umberto Eco describe a partir de Ulises la ausencia de agarraderas existenciales, preludio del vacío moderno: “Así como Dublineses [los cuentos de Joyce, 1914] expresaba una situación de ‘parálisis’, Ulises expresa una exigencia de integración: el punto de partida es una falta de relaciones, Stephen ha rechazado su universo religioso, la familia, la patria, la iglesia y aún no sabe lo que busca”. Para Eco, el alter ego del joven Joyce “está en las circunstancias de Hamlet, ha perdido un padre y no reconoce autoridad constituida alguna. Ha rehusado rezar por su propia madre moribunda. Ahora está oprimido por el remordimiento de haber hecho lo que no podía dejar de hacer”. Stephen paga el precio de la coherencia existencial, aunque desconfía de sí mismo: “No cree ni siquiera en el diagnóstico de su propia desintegración; se empeña durante dos o tres horas en esbozar un análisis de la relación padre-hijo en Hamlet y en la vida personal de Shakespeare (análisis que servirá luego a muchos intérpretes del Ulises para buscar la clave de un esquema de la obra), pero, al final, cuando se le pregunta si cree en todas las teorías que ha expuesto, Stephen contesta ‘prontamente’: no”. Ni siquiera la reflexión artística es tierra firme. La duda, instalada en el corazón, es clave moderna.     
Eco analiza a Leopold Bloom y el vacío se mantiene: “carece de una verdadera relación con la ciudad porque es judío, con la mujer porque lo traiciona, con el hijo porque Rudy está muerto. Padre que trata de encontrarse en un hijo es, al mismo tiempo, Ulises sin patria”. Aquí aparece un vacío espiritual, no el vacío cultural de Stephen. 
Eco mide a Molly Bloom, esposa de Leopold, y enfatiza la confusión sin asideros que, sin embargo, es regocijo físico: “Molly, por último, quisiera reunirse, en el fondo, con todo el mundo, porque no es el deseo lo que le falta, pero está paralizada por su pereza y por la pura carnalidad de todas sus relaciones”. Joyce explicaba sobre su personaje femenino un punto fundamental que traslada a la cultura moderna: “al contrario del espíritu que niega, es la carne que afirma”. 
Eco, sobre la visión cultural que domina Ulises: “Es la epopeya de lo no-significativo, de lo no elegido, porque el mundo es precisamente el horizonte total de los acontecimientos insignificantes, que se vinculan en constelaciones continuas, cada uno principio y fin de una relación vital, centro y periferia, causa primera y efecto último de una cadena de encuentros y oposiciones, parentescos y discordias”. Por lo anterior, la brújula existencial tiene que partir de otro norte: “bueno o malo, éste es el mundo que enfrenta el hombre contemporáneo, tanto en la ciencia abstracta como en la experiencia viva y concreta, el mundo al que está aprendiendo a acostumbrarse, reconociéndolo como la propia patria de origen”. Para el Ulises moderno, no existe Itaca a la cual retornar.
Harold Bloom tiene a Shakespeare como medida del canon literario. Con esa vara midió a Joyce, que a su vez no quería menos rigor. Aunque su bardolatría induce a visiones desequilibradas, la sensibilidad y talento de Bloom como crítico/lector salvan cualquier parcialidad monótona. Su parcialidad es electrizante y se disfruta. Veamos dos aspectos de ella.
El primer aspecto es una contradicción crasa de Bloom. Escribe, para ubicar a Joyce por debajo de Shakespeare: “Nadie que haya leído a Shakespeare a fondo, que haya asistido a representaciones de Shakespeare bien dirigidas y representadas, considerará a Joyce la culminación de aquello que Shakespeare anticipó”. Bloom no dice a las claras qué es lo que Shakespeare anticipó. Hay que deducirlo. Puesto que el libro más importante de Bloom sobre Shakespeare lleva el subtítulo “la invención de lo humano”, hay que suponer que la representación de la condición humana tuvo nuevo molde con Shakespeare. Nada que objetar. Y si Bloom no quiere que el novelista Joyce sea continuación/culminación estética de lo que el dramaturgo Shakespeare inició, puede aceptarse que la diferencia de género (novela versus teatro) juegue un papel disonante. 
Pero aquí viene un desmentido de Bloom a Bloom, en su valoración de Joyce frente a Shakespeare: “¿Qué podemos encontrar en Leopold [protagonista de Ulises] que sea Shakespeariano? Sospecho que la respuesta debe de tener algo que ver con la completa representación de la personalidad que hace Joyce, que podría considerarse la última representación de Shakespeare o el episodio final de mímesis shakespeariana de la literatura en lengua inglesa”. Ese “episodio final de mímesis shakespeariana” es una culminación, lo que negaba Bloom: Joyce midiéndose con Shakespeare en cuanto “completa representación de la personalidad”. 
Veamos el segundo aspecto. Más allá de la contradicción (Harold Bloom, con gallardía y malicia, se reconoce propenso a las contradicciones), lo que importa es la mirada crítica que apunta a la comprensión del personaje joyceano en su representación del cambio: “Lo que cuenta del señor Leopold, debido a su riqueza como personaje, es tanto su ethos o carácter como su pathos o personalidad, en incluso su logos o pensamiento, divinamente tópico como tiende a ser. Lo que no es tópico en Leopold es la riqueza de su conciencia, su capacidad para transmutar sus sentimientos y sus sensaciones en imágenes”. De ahí se deriva la conexión poética de Shakespeare y Joyce: “Lepold posee una interioridad shakespeariana [libertad para cambiar] que se manifiesta con mucha más profundidad que la vida interior de Stephen, Molly o cualquier otro en la novela. (…) Nada se pierde en Lepold, aun cuando sus reacciones ante lo que percibe pueden ser vulgares”. Esa vulgaridad en las reacciones de Leopold es descubrimiento notable de Joyce. Diría Borges: “generó belleza desde un sucio callejón”.                          
 
 
III
Citas: Joyce y el destino en su tinta 
Como punto final, queda por recomendar la lectura del Ulises de Joyce, a 100 años de su publicación, a través de citas significativas. No tema el lector el grosor del libro. La alegría llegará a quienes muestren paciencia y perspicacia existencial. 
Véase la fábula del payaso y la moneda. Primero el payaso: “La irreparabilidad del pasado: una vez, en una representación del circo Albert Hungler en la Rotunda, Rutland Square, Dublín, un intuitivo payaso multicolor en busca de paternidad había penetrado desde la pista hasta un lugar entre el auditorio donde estaba sentado Bloom, solitario, y había declarado en voz alta a un público exhilarado que él (Bloom) era su papá (del payaso)”. En el texto III de este homenaje a Joyce se abordó la paternidad poliédrica como centro secreto de Ulises. Esta cita debería ir en ese lugar. Aquí reparo el error al incluir esta cita como tema/obsesión de Joyce: la paternidad como ficción legal. Ese payaso lo corrobora. 
Ahora va la moneda. “La imprevisibilidad del futuro: una vez en el verano de 1898 él (Bloom) había marcado un florín (2 chelines) con tres mellas en el cordón del canto y lo había entregado en pago de una cuenta debida a y recibida por J. y T. Davy, comestibles con servicio a domicilio. Charlemont Mall 1, Grand Canal, por su circulación en las aguas de la finanza cívica, para su posible regreso, indirecto o directo”. 
Las respuestas: “¿Era hijo de Bloom el payaso? No. ¿Había regresado la moneda de Bloom? Nunca”. El hijo de la modernidad, Leopoldo Ulises sin Itaca, es moneda que circula en el naciente infinito urbano, a la búsqueda de su espíritu perdido.            
Stephen Dedalus en su tinta, analizando a Shakespeare: “Se acabó el movimiento. Unos enterradores sepultan a Hamlet padre y Hamlet hijo. Rey y príncipe por fin en la muerte, con música de fondo. Y, aunque asesinado y traicionado, es llorado por todos los corazones frágiles, porque, danés o dublinés, la pena de los muertos es el único marido de quien se niegan a divorciarse”. ¿Hay penas estéticas? Stephen lo intuye, sigue con Shakespeare y su viaje teatral: “Telón rápido. Encontró en el mundo exterior como real lo que estaba como posible en su mundo interior. Maeterlinck dice: Si Sócrates se marcha hoy de casa encontrará al sabio sentado en el umbral. Si Judas sale esta noche, es hacia Judas donde le llevarán sus pasos. Caminamos a través de nosotros mismos, encontrando ladrones, fantasmas, gigantes, viejos, jóvenes, esposas, viudas, cuñados adulterinos, pero siempre encontrándonos a nosotros mismos”. La existencia circular es el secreto estético del arte literario. 
 
 

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