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Home Cultura Lito/eral Mímesis/ Montaigne: De la experiencia o pensar la vida

Mímesis/ Montaigne: De la experiencia o pensar la vida

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 Pablo del Ángel Vidal

 

El tema final de Los Ensayos de Michelle de Montaigne (1580) se titula De la experiencia y es considerado una obra maestra en cuanto a comprensión de la vida en la etapa del ocaso. A este escrito notable se refieren las líneas siguientes. El lector que quiera disfrutar Los Ensayos de Montaigne, hará bien en consultar la colección “Sepan cuantos…” de la Editorial Porrúa (1989), o bajar el documento de Internet como texto libre en varios links virtuales. El mejor sitio de consulta electrónica: enlace de bibliotecas digitales.         

 

Sorprende la actualidad de estas ideas sobre la experiencia, plasmadas en el libro tercero, capítulo XIII. Precisamente por ello, el francés Montaigne es un clásico sin lugar a dudas y soporta el lugar común del elogio: trasciende el tiempo, como si hubiese escrito esta misma mañana. Ya se verá su poder de actualidad, a partir de las citas seleccionadas. No por casualidad se trata del primer libro de ensayos que registra la historia y, para muchos estudiosos, un libro no superado –en el género ensayo- hasta los días que corren.  

 

Su inicio es magistral: “Ningún deseo más natural que el deseo de conocer. Todos los medios que a él pueden conducirnos los ensayamos, y, cuando la razón nos falta, echamos mano de la experiencia”. La experiencia es, así, la otra razón con la que medimos las cosas y los hechos de la vida.

 

¿Ha tenido problemas el lector con la letra chiquita de algún convenio legal? No se preocupe: está bien acompañado por Montaigne, quien se interroga por las dificultades del lenguaje jurídico, en contraste con el lenguaje cotidiano. Es claro que Montaigne se encuentra insatisfecho con las fórmulas jurídicas que ha conocido a lo largo de su vida. Véase una larga cita:

“¿Por qué nuestro común lenguaje, tan fácil para cualquiera otro uso, se convierte en obscuro o ininteligible en contratos y testamentos? ¿Por qué quien tan claramente se expresa, sea cual fuere lo que diga o escriba, no encuentra en términos jurídicos ninguna manera de exteriorizarse que no esté sujeta a duda y a contradicción? Es la causa que los maestros de este arte, aplicándose con particular atención a escoger palabras solemnes y a formar cláusulas artísticamente hilvanadas, pesaron tanto cada sílaba, desmenuzaron tan hondamente todas las junturas, que se enredaron y embrollaron en la infinidad de figuras y particiones, hasta el extremo de no poder dar con ninguna prescripción ni reglamento que sean de fácil inteligencia”.

La lección parece ser: no es fácil el entendimiento cuando chocan intereses materiales de los seres humanos. La experiencia de Montaigne indica que las dificultades del lenguaje en este terreno son también dificultades para asignar o distribuir con justicia los bienes materiales.

 

En otra parte de su extraordinario ensayo, Montaigne arremete contra la ausencia de pensamientos originales sobre las cosas del mundo. Le cuesta entender por qué existen tantos comentaristas de libros y tan pocos autores de libros: “Da más quehacer interpretar las interpretaciones que dilucidar las cosas; y más libros se compusieron sobre los libros que sobre ningún otro asunto: no hacemos más que entreglosarnos unos a otros. El mundo hormiguea en comentadores; de autores hay gran carestía”. Lo que detecta Montaigne es que no examinamos las cosas directamente, o sea: que las examinamos con la ayuda de otros (que escriben libros). La pregunta aquí es: ¿puede una persona tener experiencia de todo aspecto de la vida? Un ideal que choca con la realidad de nuestras limitaciones de percepción y comprensión. No tenemos las habilidades suficientes para examinar todas las cosas directamente. Pueden cultivarse determinadas habilidades de pensamiento o de procedimiento, pero desgraciadamente nos quedaremos cortos en varios campos de la vida.

 

Montaigne y lo mejor de su ensayo: la experiencia como conocimiento de nosotros mismos y nuestras limitaciones. Otra cita larga es imprescindible:

“Mejor preferiría entenderme bien conmigo mismo que no con Cicerón. (…) Quien ingiere en su memoria el exceso de su cólera pasada y hasta dónde esta fiebre lo llevó, ve toda la fealdad de esta pasión mejor que en Aristóteles, y de ella concibe un odio más justo; quien recuerda los males que lo atormentaron, los que le amenazaron, las ligeras sacudidas que le cambiaron de un estado en otro, con ello se prepara a las mutaciones futuras y al reconocimiento de su condición. La vida de César no es de mejor ejemplo que la nuestra para nosotros mismos; emperadora o popular, siempre es una vida acechada por todos los accidentes humanos. Escuchémonos vivir, esto es todo cuanto tenemos que hacer; nosotros nos decimos todo lo que principalmente necesitamos; quien recuerda haberse engañado tantas y tantas veces merced a su propio juicio, ¿no es un tonto de remate al no desconfiar de él para siempre?”, una idea extraordinaria, sencilla y compleja al mismo tiempo: examinarnos a nosotros mismos para no perseverar en los errores de juicio cometidos en el pasado. Una metacognición que hará de nosotros mejores personas. Y no tenemos mejor instrumento que ése: nuestro yo cuestionado por ese mismo yo. Casi una definición estética de la experiencia: aquellos hechos y pensamientos que, examinados, nos enseñan a desconfiar de nosotros mismos, para mejor actuar.  

 

Montaigne y un elogio de la sencillez, para saber vivir nuestra vida: “Es una perfección absoluta, y como divina «la de saber disfrutar lealmente de su ser». Buscamos otras condiciones por no comprender el empleo de las nuestras, y salimos fuera de nosotros, por ignorar lo que dentro pasa. Inútil es que caminemos en zancos, pues así y todo, tenemos que servirnos de nuestras piernas; y aun puestos en el más elevado trono de este mundo, menester es que nos sentemos sobre nuestro trasero. Las vidas más hermosas son, a mi ver, aquellas que mejor se acomodan al modelo común y humano, ordenadamente, sin milagro ni extravagancia.” Esta sencillez que procura Montaigne tiene que ver con alejarse de la vanidad del mundo (su apariencia, su oropel) y no alimentar nuestro egoísmo. La pregunta es si estamos dispuestos a despojarnos de nuestro manto de orgullo, para luego vestirnos con las prendas de la humildad. Una tarea casi imposible, en estos tiempos saturados de ostentación y vanidad.   

 

Se concluye con una frase que es una joya: “La experiencia me ha enseñado además esta verdad: que la impaciencia nos pierde.” Sobran comentarios, falta tiempo. La prisa es la moral dominante en una época de vértigo.        

 

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