Liderazgos políticos, 20 años de quiebre: cinismo, tibieza y descomposición

Lunes, 05 de Octubre de 2020 00:51 Editor
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 Escala Crítica/Columna diaria

* PRI, te lo firmo y te lo incumplo; ignorar la realidad
* PAN, oportunidades perdidas: inercias y retrocesos
*PRD, pérdida del reino: tribus y sombras ideológicas.
Víctor M. Sámano Labastida                                           
LAS CRISIS son tiempos de prueba para los liderazgos. En México pega la pandemia y su resultante quiebre económico; el coletazo llega al sureste con el temporal de frentes fríos huracanes. El presidente regaña a los dirigentes de la coalición que fundó y cuestiona a los otros partidos. Sin duda que AMLO ejerce un liderazgo, a veces polarizante; aunque también la polarización es estructural, del sistema.
¿Cómo se llegó al liderazgo nacional de AMLO frente a vacíos sus adversarios políticos y sociales? El punto de partida obvio es que no se trata de una casualidad. Pueden encontrarse razones históricas y políticas de lo que se observa hoy en el panorama público.
Ese liderazgo se pone a prueba en estos tiempos; aunque como dijo el mandatario: no puede estar en todo.
  
PASADO EN CLARO, LIDERAZGOS EN PICADA
 
LOS VACÍOS del liderazgo opositor tienen una historia de derrumbe que acumula, por lo menos, 20 años de impunidad y equivocaciones. El trayecto es una degradación: la legitimidad se fue deslavando.  
Es cierto que la travesía de López Obrador hacia Palacio contiene tenacidad y ribetes heroicos, entre la congeladora mediática y el choque frontal contra el aparato de Estado. Sin embargo, no es menos cierto que el ascenso de Morena con López Obrador tuvo aliados inesperados en la forma de liderazgos partidistas que no quisieron entender urgencias de cambio social y que, luego entonces, apostaron por el maquillaje del sistema. La ciudadanía tomaba nota.
Esta combinación de factores, empecinamiento/coherencia de AMLO como político enfrentado al sistema, más liderazgos políticos sin sustancia social, arrojan lo que fue el 2018 electoral y la pulverización representativa de los adversarios de Morena. Veamos un recorrido de 20 años de liderazgos políticos en picada: entre lo que los críticos identifican el cinismo (PRI), la tibieza (PAN) y la descomposición (PRD).     
EL REGRESO DE HIDALGO (EL AÑO)
 
El PRI FUE TÓTEM inamovible del poder por 70 años. Surgido en la cúspide, ese origen definió su función como partido hegemónico: la distribución de privilegios se ejecutaba vía subordinación a las formas del poder. Dentro de la fila, había futuro. Conforme el país creció demográficamente, el dilema de las élites políticas, sociales y empresariales (en los años 80s del siglo XX) fue de funcionamiento del modelo de gobierno con un PRI desprestigiado. 1988 fue de resistencia del sistema ante el empuje social por cambios políticos. 1994 fue de negociación y violencia (EZLN y asesinatos Colosio/Ruiz Massieu), fatal retorno a los orígenes. La sombra del caudillo cabalgaba de nuevo. Carlos Salinas fue definido por AMLO como “el padre de la desigualdad moderna”. La madre de esa desigualdad fue el PRI-PAN: continuidad del modelo económico neoliberal.  
La estafeta del poder político, en el año 2000, pasó al PAN. Con bombos y platillos se celebró la transición pacífica a la democracia. El PRI se esforzó por vender la piel del gato pardo y el PAN compró la oferta: cambiar para que todo siguiera igual. Por dos sexenios, que significaron persecución enconada a la opción de izquierda social que representaba López Obrador, “el duopolio por conveniencia de impunidad” (Lorenzo Meyer) colocó las bases del retorno priísta: candidato joven (Peña Nieto), rockstar con copete y novela rosa catapultada por TV (matrimonio pactado -ahora se sabe- con la actriz Angélica Rivera). El PRI, además, traía cachorros en el elenco y ocuparon cargos de gobernadores. La nueva generación de políticos proclamaba el cambio que nunca llegó. La corrupción fue recargada. Algunos de esos cachorros enfrentaron casos en tribunales, mientras Peña Nieto y su plana mayor esperan el desahogo de pruebas en los casos de Emilio Lozoya  y Rosario Robles. 
El cinismo del PRI, en su retorno al poder, fue canto de cisne con tonada profunda de corrupción. La realidad validó la narrativa de López Obrador: “les advertí del despeñadero”. En estos días, por la reincidencia de mañas, el PRI no tiene liderazgos con credibilidad. ¿Lo hallará?
             
TIBIEZA Y MIRADAS AL PALACIO, NO A LA CALLE
  
¿QUÉ SERÍA de México si Vicente Fox y su gabinete hubieran respetado el compromiso de cambio que llevó a los panistas, en alianza, al poder? El bono democrático era mayúsculo y se dilapidó. Después, en 2006, el PAN con Felipe Calderón aplicó el ‘haiga sido como haiga sido’ en detrimento del tejido social. Ahí se forjó la polarización que todavía padece México. En esa fuga hacia delante de legitimidad disuelta, guerra declarada a sangre y fuego, muertos y desaparecidos, los liderazgos de la derecha política se desconectaron del ciudadano. El brinco de inclusión social, desde la derecha empresarial, no pudo lograrse. Se ensayaron alianzas de riesgo ideológico con la izquierda perredista, que mostraron voluntad pragmática pero nulo futuro. El 2018, con el candidato presidencial Ricardo Anaya, mostró de la mano al PAN, PRD y PMC. Para AMLO, eran la otra cara del sistema, aunque se proclamaban el cambio verdadero. Los ciudadanos dictaminaron. 
El PRD parecía destinado a tener su oportunidad de gobernar México. Con ímpetu tribal, fue presa de ambiciones pequeñas: política como sobrevivencia presupuestal. Negociaciones en palacio, de espalda a la calle. Mientras tanto, Andrés Manuel siguió caminos de terracería. No es casual el resultado de las dos izquierdas. El problema, ya se sabe, es que los líderes que debieron tomar el relevo en Morena se quedaron cortos. AMLO dice. ( Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla )