La sombra de la reelección: costumbres de la ambición, picaporte a los recursos

Viernes, 25 de Agosto de 2017 00:41 Editor
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 Escala Crítica/Columna Diaria

* Metamorfosis del caudillo: curules para permanecer
* Es la misma clase política, pero ¿cambiará de hábitos?
* Se dice que más tiempo en el poder los hará profesionales
 
Víctor M. Sámano Labastida
 
LO CURIOSO de la historia mexicana es su capacidad para la ironía: tras 15 años de Benito Juárez como Presidente de México, en un continuismo sorpresivo para la generación liberal que defendió al país de intromisiones imperiales europeas, un inquieto Porfirio Díaz se levantó en pie de guerra con el lema “Sufragio efectivo, no reelección”. Luego de 30 años de Porfiriato, que duplicó a Juárez su estancia en la silla presidencial, Francisco I. Madero lanza el Plan de San Luis y copia el lema de Díaz en tiempos juaristas: “Sufragio efectivo, no reelección”.  
Con tales antecedentes, no sorprende que un candado político intocable en el siglo XX mexicano haya sido la no reelección de un gobernante o legislador. Desde luego, apareció la simulación política para burlar el candado legal: alguien fungía como legislador en su estado natal y luego brincaba a otros estados. De norte a sur, con pase por el centro. La clase política priísta (no había otra) se rotaba de los estados hacia el centro, del centro hacia los estados, con alguna embajada en el viaje. 
Rotación suave de cuadros subordinados al poder presidencial, con fuerte dosis de cinismo, mientras la opinión pública era de carácter testimonial. La reelección disfrazada de rotación fue el modus vivendi: de senador a gobernador, diputado a senador, de embajador a diputado, de gobernador a secretario de estado, y practique el lector otros enroques posibles. El México de partido hegemónico daba para eso y más. No había controles democráticos, aunque el poderoso símbolo de la “no reelección” se respetaba en declaraciones formales y la estructura jurídica.
    
¿LOS TIEMPOS CAMBIAN? 
 
Desde la alternancia del poder presidencial en México (2000), con moderación se comenzó a hablar de reelección para cargos públicos. La profesionalización de los legisladores fue un argumento central para la propuesta, a partir –se decía- de una continuidad que daría la experiencia suficiente para ser más eficaz en la gestión pública. Otro argumento fue la mayoría de edad de la democracia mexicana, lo que favorece la competencia política, con eventual voto de refrendo de mandato o voto de rechazo a la gestión de un político asentado en un cargo. Los votantes calificarán, se insistió. 
Un tercer argumento a favor de la reelección lo representó la revisión de experiencias reeleccionistas en otros países. Como viento de cambio, la globalización afina parámetros y busca homologar criterios. Estados Unidos  tiene reelección, aunque no de forma permanente sino por periodos limitados. Europa también contempla la reelección, aunque no todos los países de la Unión se abren de la misma manera a esa posibilidad (Alemania y Francia, sí; Italia y España, no, para ejemplificar).
México, en este terreno, ha topado con el fantasma de la no reelección que  nos legaron por motivos diferentes Juárez, Díaz y Madero. Se ha discutido y cabildeado mucho, sin propuesta definitiva que genere un consenso fuerte, mientras el tiempo pasa y la democracia mexicana sufre desnutrición, incluyendo al Instituto Nacional Electoral (INE), que todo lo regula y poco resuelve a satisfacción de las partes. Desde luego, los partidos políticos, en su ambición de poder, merecen crédito por obstaculizar una reelección de bases democráticas y rendición de cuentas. La pregunta es: ¿por qué cambiarían ahora?, ¿por qué buscaría ahora la clase política mexicana la reelección en cargos públicos?
 
LA RESPUESTA ESTÁ EN EL VIENTO
TRES ENCUESTAS nacionales sobre la reelección vista por ciudadanos (UNAM 2016, Universidad de Guadalajara 2013, y Tecnológico de Monterrey 2012) arrojan tres puntos preocupantes: a) los políticos que permanecen en el poder resultan menos cumplidores y más conformistas; b) la reelección significa más recursos financieros para los partidos políticos; c) la retención del poder significa mayor posibilidad de corrupción.
Bajo esta perspectiva, el fantasma de la no reelección goza de cabal salud: en un sentido pragmático, la reelección en México es invitación a la continuidad de complicidades y atropellos. Los legisladores no se profesionalizaron cuando vivían en la simulación de la no reelección y brincaban de estado en estado. Esto significa que las costumbres legislativas y gubernamentales conducen a la ambición de servirse, no a las ganas de servir. No hay pues, en sentido realista, la garantía de que en poco tiempo los aspirantes a cargos de elección popular cambien su formación política y cultural. Y no hay otra materia prima, salvo independientes con trayectoria profesional o académica. Pero hasta en el bando independiente se han incrustado algunos simuladores.
En otro sentido, de carácter técnico, la reelección sí parece una estrategia para incentivar la preparación de la clase política que quiere cargos públicos. Ir más allá de la sombra caudillesca, lastre de la historia nacional, requiere puntualizar necesidades formativas de quienes legislen y toman decisiones. La ciudadanía también se obligaría a crecer en sentido político para observar con atención las acciones de sus representantes populares. Hoy día, la cultura ciudadana es indolente por la ausencia de una rendición de cuentas efectiva. Se olvida lo escrito en un graffiti argentino: “Haga trabajar a su diputado: no lo reelija”. México debe decidir sobre ese ejercicio del poder y no sabe cómo exorcizar su fantasma. El 2018 espera. ( Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla )