El México profundo: la solidaridad; acción comunitaria y raíz cultural

Sábado, 23 de Septiembre de 2017 00:59 Editor
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 Escala Crítica/Columna diaria

*Altruismo y egoísmo, naturaleza humana,  reacción a catástrofes 
*La ayuda mutua como acto voluntario y como obligación ancestral
*Cientos de miles exigen a los partidos “donar” recursos a siniestrados
 
Víctor M. Sámano Labastida
 
 
EN LOS DÍAS recientes varias personas me han comentado su gratificante impresión de la solidaridad mostrada por la gente común ante lo desastres. En especial por las imágenes de los espontáneos volcados en la Ciudad de México para rescatar a los sepultados entre los escombros. Lo mismo ha sucedido en otras localidades, aunque no tuvieron la misma cobertura mediática. Pero lo relevante es un extendido sentimiento de solidaridad, de empatía con quien sufre.
“No faltan los maleantes, los aprovechados, pero los buenos son –somos- más”, me decía un lector.
Otros más me han hablado del México profundo, de aquel México que describieron y evocaron de alguna manera Guillermo Bonfil Batalla, Octavio Paz y Enrique González Pedrero, entre otros; ese individuo y esa comunidad solidaria dispuesta a sacrificarse por sus semejantes. 
Sergio Sarmiento (Reforma 21/IX/2017) se refirió a dos características de la naturaleza humana: el altruismo y el egoísmo. Apoyado en estudios y reflexiones de Ariel Knafo, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y Richard Dawkins, biólogo de la Universidad de Oxford,  plantea que los seres humanos –en cualquier lugar del planeta- “somos extraordinariamente generosos, pero también profundamente egoístas”.
 
EL HOMBRE Y EL LOBO
EL DEBATE no es nuevo. Sócrates, Platón y Aristóteles reflexionaron sobre la conducta humana desde la ética. El comediante Plauto (250-184 A. de C.), acuñó la frase “el hombre es el lobo del hombre”. Otros filósofos y estudiosos como Juan Jacobo Rousseau (el buen salvaje), David Hume, Thomas Hobbes (quien popularizó la expresión de Plauto), y John Locke, llevaron sus argumentos hasta el papel del Estado o la necesidad de la existencia de un árbitro para que garantizara la convivencia entre los seres humanos. Hay, por supuesto, una serie de matices que posteriormente desembocaron en investigaciones inclusive genéticas.
No es la intención agotar la paciencia del lector, como tampoco el tema del egoísmo y el altruismo, en un breve texto periodístico. Pero permítame decirle que todavía encontramos en nuestro país una forma de “solidaridad organizada”, en algunos casos obligatoria pero basada en los usos y costumbres.
Es por ejemplo el “tequio” , palabra de origen náhuatl que define una práctica derivada del tributo y convertida en trabajo comunitario. En algunos lugares recibe el nombre de “mano vuelta”, aunque ésta se parece más a la “gozona” de las comunidades zapotecas (un trabajo de ayuda mutua, de reciprocidad, que si usted observa está vinculada a la palabra “gozo”, satisfacción). La extensión de esta última práctica combinada con el tequio nos lleva a la famosa “guelaguetza” (guendalizaa, cuyos varios significados nos remiten a la más amplia costumbre de la redistribución de los excedentes).  
Hay, muchas otras formas de solidaridad (obligatoria o voluntaria) como la fajina, córima (entre los rarámuris), trabajo de en medio. En otras culturas, como la inca encontramos una diversidad de matices como el ayni (construcción de las casas de los recién casados, parecido a la gozona); el minka (trabajo obligatorio para las festividades); la mita (similar al tequio) y la chunca (para emergencias y defensa). 
 
EN EL CASO de Oaxaca, por ejemplo, las formas de trabajo comunitario (solidaridad) está reconocido y protegido en la Constitución local.
Testimonios de la época de Tomás Garrido Canabal y de Carlos Madrazo en Tabasco nos refieren la existencia de algunas modalidades de trabajo comunitario, que inclusive fueron incorporadas a la normatividad; lo mismo que en la etapa del gobierno de Enrique González Pedrero, cuando se impulsaron los Centros Integradores. A nivel nacional Carlos Salinas de Gortari buscó sacarle provecho político con el denominado Programa Nacional de Solidaridad.
Sin embargo, es en las comunidades con mayor componente indígena donde las labores de cooperación no sólo responden a una forma de organización ancestral sino a una necesidad: ante la falta de recursos materiales y financiamiento se apoyan en lo que genera valor y valores, el trabajo no enajenado.
 
AL MARGEN
INTERESANTE e importante debate abrió la propuesta de que los partidos renuncien a un porcentaje de los recursos públicos que recibirán y que este dinero sirva para apoyar a los damnificados por los terremotos del 7 y 19 de septiembre. Inicialmente Andrés Manuel López Obrador anunció que Morena destinaría el 20 por ciento de los recursos presupuestados para las campañas del 2018 para los afectados en Oaxaca y Chiapas.  Este sábado formalizará la propuesta para que sea el 50 por ciento del total del dinero de campañas para auxiliar también a los afectados de la Ciudad de México, Morelos, Puebla, entre otros.
Inicialmente tanto los consejeros del INE como los dirigentes de otros partidos rechazaron esa posibilidad ante las trabas legales y porque argumentaron que aparecía como una medida electorera. Las cosas han cambiado, y lo que se discute ahora es a qué porcentaje renunciarán los partidos.
En una plataforma virtual, casi dos millones de personas habían firmado la petición para que los siete mil millones de pesos destinados a los partidos para las elecciones del 2018 sirvan para los damnificados. El reclamo se ha extendido para que los ajustes sean no sólo en las actividades electorales sino en todos los gobiernos, tanto federal como estatales y municipales. La ruta llevará a un fondo nacional porque lamentablemente no será el último desastre de este tipo. ( Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla )