Tlatelolco, 50 años: una larga ruta hacia la democratización y la justicia

Miércoles, 03 de Octubre de 2018 00:20 Editor
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 Escala Crítica/Columna diaria

*Del “milagro mexicano” al sacrificio de varias generaciones 
*Una trágica fecha que desnudó la naturaleza autoritaria del régimen
*Desafío actual: cambiar el método arbitrario por uno de participación
 
Víctor M. Sámano Labastida
 
AYER en todo el país se recordaron los 50 años de la Masacre de Tlatelolco. Esa dolorosa herida que arrebató en México los sueños de varias generaciones, pero que a la vez fundó una conciencia nacional por los cambios necesarios. El autoritarismo presidencial y el corporativismo eran ofrecidos por la propaganda oficial hasta entonces como indispensables para el crecimiento económico. Aunque por un lado crecía la brecha de la desigualdad, todavía se hablaba del “milagro mexicano”.
Había heridos, muertos, desplazados, en el camino, pero se presentaban como “efectos colaterales”. El 2 de octubre de 1968 desnudó la naturaleza no sólo autoritaria sino criminal de un grupo en el poder. Ayer, el acto central conmemorativo fue en la Plaza de las Tres Culturas, en la Ciudad de México. Nuevamente los recuerdos, los discursos, los reclamos, las esperanzas.
 
EL FIN DE UN SISTEMA
 
ESCRIBIÓ Rolando Cordera en agosto de 2004 (Nexos, El movimiento estudiantil de 1968 y el desarrollo estabilizador): “Hay debajo del 68 una economía política, del mismo modo que debe haberla en el caso del 2000 y la alternancia y, ahora, en el de la marcha de los ciudadanos en reclamo de sus derechos elementales conculcados por la estruendosa ola de criminalidad que irrumpió con las crisis pero se volvió tsunami ominoso con la democracia”.
La denominada estrategia del “desarrollo estabilizador” transcurrió de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, hasta finales de los sesenta cuando la revuelta estudiantil mostró los límites sociales y políticos de un modelo con inocultables contradicciones. Se acabó el mito de la Revolución Mexicana incluyente.
Heberto Castillo, uno de los dirigentes del movimiento de 1968 anotó a propósito de las consecuencias de aquella épica y trágica etapa de lucha por la democracia (Proceso, 5 de Octubre de 1996): “los medios de difusión gozan de mayor libertad para expresarse y los ciudadanos pueden opinar libremente en las calles, plazas y centros de educación media y superior; fue el movimiento de 1968 el que abrió caminos a esas libertades, el que originó inquietudes en la población, productoras de múltiples organizaciones políticas y sociales, pacíficas y guerreras; cientos de organismos campesinos, obreros, populares, actúan a partir de aquellos acontecimientos.”
Añadía: “Coincidió el despertar de los estudiantes mexicanos con el de los jóvenes franceses, alemanes y estadunidenses, y los espíritus gobiernistas mezquinos, burocráticos, pequeños, de inmediato imaginaron un complot internacional. No era posible para ellos que al mismo tiempo estallaran inconformidades en varios continentes. No comprendieron que el deseo de libertad es consubstancial con el ser humano, que no hay conjunto de jóvenes ilustrados que no aspire a liberarse y a liberar a los demás de la opresión de un régimen político antidemocrático y que cuando viven un sistema represor difícilmente se abstienen de manifestarse en su contra.”
 
LAS ARMAS O LAS URNAS
VARIAS fueron las consecuencias del movimiento que fue brutal y masivamente reprimido el 2 de octubre de 1968. Y que antes y después tuvo expresiones campesinas, populares, urbanas, de profesionistas libres como los médicos y los maestros, también combatidas desde el poder mediante una acción selectiva. 
La gran reacción ciudadana de julio del 2018, que se volcó a las urnas, no se comprendería sin la lenta, paulatina, pero consistente democratización en nuestro país que tiene como referencia 1969 y 1988, pero que viene de muchos años atrás. Y recurro líneas arriba a una cita de Heberto Castillo, fallecido en 1997, porque es uno de los personajes que mejor encarnó el espíritu de los cambios: al salir de la cárcel en 1971 impulsó el Comité Nacional de Auscultación  y Organización (CNAO) que tuvo como objetivo la integración de un solo frente electoral progresista. 
Mientras diversos y dispersos grupos antisistema optaron por la lucha armada –lo que derivó en la llamada “década de la guerra sucia”-, Heberto Castillo fundó el Partido Mexicano de los Trabajadores que después se fusionó a los partidos Socialista Unificado de México, la Unión de Izquierda Comunista, Patriótico Revolucionario y Movimiento Revolucionario del Pueblo, para integrar el Partido Mexicano Socialista. Este bloque posteriormente se integró a disidentes del PRI (Corriente Democrática) con los diversos grupos de izquierda para fundar el Partido de la Revolución Democrática de donde, a su vez, surgió el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) creado por López Obrador.
En los hechos, la vía electoral mostró se más lenta pero posible para impulsar la democratización. Eso se lo debemos a los movimientos que confluyeron en el 68 mexicano. 
 
ERRADICAR VICIOS
UN DESAFÍO para el gobierno que encabezará Andrés Manuel López Obrador a nivel nacional, para los gobiernos y autoridades estatales surgidos de Morena en todos los niveles, es cambiar el método de un poder arbitrario, patrimonialista e impopular, por otro democrático, popular y sobre todo justo, me comentan algunos amables lectores que advierten sobre el riesgo de que sea casi imposible erradicar los vicios del viejo sistema.
Lo primero, asienta uno de mis interlocutores, es resolver un problema democrático de manera democrática. Hay que evitar y combatir respuestas que sean contrarias a la justicia, a la razón, a la política y a la economía. 
Otro señala que la arbitrariedad del poder es el primer problema para el estado y para el país. También, por supuesto, el abuso es nocivo en la relación entre las personas y obstruye la construcción de acuerdos. ( Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla )