Cultura 68: adiós revolucionario; mentalidad, apertura y transformación

Sábado, 13 de Octubre de 2018 00:26 Editor
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 Escala Crítica/Columna diaria

*La revolución civil del 2018 semilla de aquel octubre
*Las libertades, un espacio ganado con grandes sacrificios
*Memoria para no cometer los mismos errores y otros peores
 
Víctor M. Sámano Labastida
 
SIGNO de los tiempos: los países viven en la inmediatez. Como opinión pública y atmósfera social, el ‘ahora’ obstaculiza reflexiones de mayor alcance. El corto plazo, parámetro político de eficacia, nubla la reflexión cultural. Políticos y economistas hacen suya la frase de John Maynard Keynes: “A largo plazo, todos estaremos muertos”. Su trabajo depende de resultados concretos, aunque olvidan que la velocidad social es contraproducente en algunas áreas. No todo se baila al son del corto plazo. 
 
Para la reflexión periodística y académica, la frase de Keynes es simplificadora. La cultura de un país es la suma de procesos sociales significativos en la criba del tiempo. Y resulta singular cómo la significación “del 68” –como se le conoce al movimiento cuya signo más trágico fue el asesinato masivo en la Plaza de Tlatelolco- la asumen  generaciones que no lo vivieron. 
En este sentido, los 50 años del 68 mexicano requieren un acercamiento cultural, además de la argumentación con tintes policiales. Por supuesto que importa la verdad de los hechos en torno a los jóvenes detenidos, encarcelados, heridos, muertos y desaparecidos. Hay verdades sepultadas. Ahora bien: la criba del tiempo asigna a 1968 un sitio histórico en la transformación cultural de México. Por esta razón, que supera los hechos judiciales que enlutaron el país, se presenta un mínimo corte de caja cultural del 68 estudiantil y ciudadano.           
 
DÍAS DE GUARDAR… A LA REVOLUCIÓN MEXICANA
 
“EN LOS DÍAS del 68 se intentaba la tarea primordial de esencializar al país: despojarlo de sus capas superfluas de pretensión y autohalago y mímica revolucionaria”, escribió Carlos Monsiváis en Días de Guardar (1971). Hay que detenerse en la mímica revolucionaria. Es un apunte crucial. Si algo importa en el plano social es que la cultura del 68 rompe con el mito de la Revolución Mexicana y escapa de las cadenas ideológicas que paralizaban energías. Las generaciones posrevolucionarias, de 1920 a 1960, vivieron a la sombra del discurso legitimador de reivindicaciones sociales por el logro institucional de 1917: nueva Constitución, con derechos y deberes de vanguardia. 
Mucha sangre corrió y nadie pudo discutirle a la sangre sus servicios a la Patria. El partido hegemónico, surgido en el escritorio de los vencedores (Calles y Obregón), utilizó el prestigio de la sangre derramada para consolidar una dominación política que no admitía la diversidad social y cultural de México, salvo en la fila del sistema. Subordinación con avances sociales, el sistema fue una forma discursiva inatacable por la referencia revolucionaria.       
La generación del 68, festiva e impredecible, cuestionó la sangre revolucionaria como legitimación de atropellos gubernamentales. Los derechos de manifestación pública de las ideas se mezclaron con derechos sindicales, educativos y de salud, derecho al bienestar y también derecho a disentir. La cultura del 68 puso esos derechos sobre la mesa. Hambre de apertura. Proceso lento, surgido de un tiempo histórico invisible para el corto plazo. 
El Estado mexicano, casado con el mito de 1910, reprimió y cerró la puerta de palacio. La cerró hasta 1988, cuando ya no fue posible ocultar institucionalmente la diversidad política, cultural y social del país.
      
EN BUSCA DE LA CULTURA GANADA
 
“¿QUÉ ESPACIO social y cultural se les ha propuesto a los disidentes mexicanos en pos de la democracia o el socialismo o a los heterodoxos que han anhelado el reconocimiento de sus formas de vida? El espacio de las prisiones, las fosas comunes, la tolerancia, el silencio, el ninguneo, la clandestinidad, la burla de los medios masivos, la denuncia de las conspiraciones, la transa, el elogio fúnebre, la difamación póstuma”. Este dictamen de Carlos Monsiváis (1977, Amor perdido, cicatriz del 68) ha sido superado por la criba del tiempo. El 2018 electoral es una consecuencia del espacio social y cultural ganado por partidos políticos distintos del partido otrora hegemónico, y por organizaciones civiles que pugnan por mayores libertades. Eso sí: la inseguridad creció. Un Estado débil frente al crimen organizado, es la principal diferencia si se mira el Estado fuerte del 68.     
¿Cómo se construyó la cultura del 68? Imposible responder objetivamente. El Estado mexicano, inflexible, de 1920 a 1960 funcionó con esta regla: “todas las libertades excepto una, la libertad de ejercerlas”. Subjetivamente, la respuesta es múltiple: “La televisión va unificando habla y reacciones del país entero y la Zona Rosa es también una proposición moral, sépanlo de una vez, soberanos y mendigos, la democracia social sólo será posible si se acepta y comparte la modernización cultural. La rumba de la Falsa Conciencia atraviesa galerías de arte y conferencias-show  y teatro del absurdo y cine experimental y novelas a lo Salinger o a la Robbe-Grillet y entusiasmo ante los movimientos marginales de Norteamérica o ante la Revolución Cubana. La modernización cultural es también una lucha política y a su parca manera resultan trámites de liberación combatir a la censura o burlarse del chovinismo y la mojigatería. En este marco se produce la conmoción del 68”. Otra vez Monsiváis: conexión de México con la cultura internacional, igual a transformación de mentalidades. Fue hazaña formativa, sin globalización y digitalización. Pensar cansa, se diría ahora retomando la irónica frase de Jorge Ibargüengoitia.
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