EL DIOS POCHÓ, de José Luis Lezama

Martes, 19 de Febrero de 2013 23:34 Editor
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(*Tomado del diario Reforma con premiso del autor)

Podría interpretarse como un canto a la naturaleza, que en el trópico era vasta y generosa, muestra de gratitud a la creación, por proveernos de la vida y las bondades que pueblan el mundo; reiteración, quizá, de la unidad indisoluble de los hombres con el mundo natural, que la selva hace notoria, particularmente en esos territorios que integran el triángulo natural y cultural de una de las expresiones más refinadas del mundo Maya: Calakmul, Palenque y Tikal.

No puede tampoco descartarse que fuera la representación de una de las hazañas creadoras, aquella que llevó a los "Progenitores", a los "Creadores", a los "Formadores" del mundo a destruir a los desmemoriados, irreverentes e ingratos "hombres de madera", o a imponer castigo a los pretenciosos "hombres hijos de la pulpa del maíz", cuando éstos se sintieron seres divinos, provocando la irritación de sus dioses, quienes, en un acto correctivo, decidieron hacerlos hombres normales, impidiéndoles el acceso a los misterios y las profundidades del mundo, volviéndolos "hombres buenos" y agradecidos con sus creadores, tal y como lo registra el Popol Vuh.

No obstante, la Danza del Pochó (http://joseluislezama.com/index.php/9-uncategorised/180-danza-del-pocho), que tiene lugar cada año en Tenosique, iniciando el 20 de enero y concluyendo el martes previo al miércoles de ceniza, es tal vez algo más que eso; algo más que la lucha entre el bien y el mal, o que la búsqueda de la salvación de un grupo de hombres abatidos por el peso de sus malas acciones.

La Danza del Pochó es quizá el ritual mediante el cual la tribu Maya de los Cojoes, los Hombres de Madera, deciden poner fin a los abusos de un dios poderoso y perverso, el Dios Pochó, quien busca su destrucción. Durante la danza, dirigida y ordenada por los acordes del tambor y la flauta, se da cuenta, en tres momentos, del proceso de liberación de los Cojoes (personaje principal) del Pochó y de su ascenso a la libertad.

En un primer momento de la representación, las Pochoveras (segundo personaje), poseídas por el Pochó y vigilantes de su imperio, entran en escena bailando silenciosas, formando un círculo que gira en dirección a las manecillas del reloj. Las encabeza la de mayor edad, quien porta la bandera roja que simboliza el poder del Dios Pochó. Cuando la flauta lo indica, entran los Cojoes, con euforia y estrépito, portando objetos extraños o ridículos y caricaturizando los eventos de la vida cotidiana, bailando también en círculo pero en sentido contrario al de las Pochoveras y quedando aprisionados por el círculo exterior que éstas han formado. Una vez más, cuando la flauta así lo señala entran en escena los Jaguares (tigres; tercer personaje de la danza), las Pochoveras se retiran y los Cojoes entran en pánico, huyendo e intentando en vano cazarlos. Se esconden entre el público o en los rincones de las casas, pero los Jaguares los persiguen, los someten, colocándolos boca abajo en el suelo; los Cojoes son invadidos por un extraño temblor, como poseídos por el embrujo del Dios Pochó. Este cuadro en su conjunto expresa el momento de la dominación plena del Pochó. La entrada de los Jaguares desplaza la vigilancia servil, amable, ejercida por las Pochoveras e instaura el dominio por el terror.

El segundo momento de la danza es el de la conciencia y liberación de la tribu. En un instante de "iluminación", de recuperación de la conciencia, los Cojoes se levantan y persiguen a los Jaguares, dándoles muerte, para después revivirlos con el soplo de vida de sus sombreros. La flauta anuncia el despertar de los Jaguares y el nacimiento de una alianza con éstos, y con las Pochoveras para acabar con el Dios Pochó, asegurando así la ansiada liberación. Los Cojoes portan ya la bandera roja del poder y del control de su destino.

El tercer momento es el que tiene lugar el día previo al miércoles de ceniza, último día de la danza cuando, por la tarde, salen a recoger sus pasos, desandando el camino, en sentido contrario por el que danzaron, como anunciando la necesidad, el inicio de un nuevo mundo. Más adelante, se nombra al nuevo Capitán, quien dirigirá el ritual el año siguiente, para posteriormente asistir, en la casa del Capitán saliente, a la ceremonia de la muerte del Dios Pochó, quien entra en agonía, falleciendo, al amanecer del miércoles de ceniza, anunciado por un tambor que no para de tocar, hasta el momento en que el Dios expira, con el júbilo de la concurrencia.

Hoy día un nuevo Dios Pochó, asedia y ultraja a los habitantes de estas tierras; es el Pochó de la delincuencia, de la violencia, de la inseguridad, de los narcotraficantes, de las autoridades corruptas, de las vejaciones a las que son sometidos los migrantes, las extorsiones y secuestros que padecen gente de distintos estratos de ésta y otras partes de la frontera sur. La Danza del Pochó nos dice que no hay poder, terrenal o divino, invencible cuando un pueblo decide tomar en sus manos su destino. (Reforma, 13/II/2013)
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