Mímesis/ Philip K. Dick y Gestarescala(I)

Domingo, 13 de Enero de 2019 00:44 Editor
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 Alegrías demasiado feroces para ser expresadas

 Pablo del Ángel Vidal
El círculo del lector es su historia para llegar a otro lector. 
La novela Gestarescala (1969) del norteamericano Philip K. Dick, es para mí una de las cumbres narrativas del Siglo XX. A continuación -con una reseña que quiere rasguñar los méritos estéticos de esta gran novela de ciencia ficción- trataré de explicar por qué. Antes de la reseña, un entrañable lapsus lectoris: me adentré por primera vez en Gestarescala en la imponente Biblioteca José María Pino Suárez de Villahermosa, donde un viejo ejemplar que databa de 1973 (colección Azimut, editorial Intersea, de Argentina) se me deshacía en las manos, allá por el año de 1989.
Recuerdo un sillón cómodo y fresco, situado en una esquina solitaria del segundo piso de la Biblioteca, atrás de una sala/videoteca. Allí me sentaba a leer, torpe y curioso, en los ratos libres que me dejaba mi trabajo como productor y guionista de radio del Instituto de Cultura de Tabasco. Tiempo de educación libresca, acompañada por amigos entrañables.   
En 1998, por cortesía de mi hermana Gloria (la mejor lectora que conozco), disfruté de nuevo Gestarescala. Con un mayor contexto cultural, capté alusiones de K. Dick (sobre el funcionamiento del mundo) que se me escaparon en Villahermosa. Había cambiado como lector (más exigente con la trama y sus encadenamientos), pero no había cambiado el universo ni el delicioso conflicto de Gestarescala. 
En 2009 hice una tercera lectura de esta novela de K. Dick, pensando que quizás el encanto no era tan fuerte, aunque la conmoción estética se mantuvo, con un toque espiritual ya ineludible. Ahora, en 2018, con visión espiritual asentada (lo que –creo- me hace un lector ad hoc para Gestarescala) tomé otra vez la novela de K. Dick, antes que la polilla termine con ella y se desvanezca en el librero. Mi vetusto ejemplar se parece ya al primero que leí en la Biblioteca Pino Suárez, de Villahermosa en 1989. 
Y como mi historia es un círculo, romperé el círculo con la reseña: alegrías espirituales para expresar como reflexiones, mientras el mundo resulta complicado y sombrío, a la manera de lo bosquejado por el maestro K. Dick en Gestarescala.  
Cerámica para sobrevivir entre máquinas
Joe Fernwright es el único restaurador de cerámica que queda en la Tierra, como su padre y su abuelo. Corre el mes de abril del año 2046 y Fernwright es un producto típico de una sociedad totalitaria y gris que dibuja K. Dick: divorciado, sin hijos, 7 meses ya sin clientes (sin vasijas de cerámica para restaurar), con problemas para dormir porque tiene que soñar lo mismo que otros millones sueñan al conectarse –por orden del Gobierno- a un circuito de sueños. En Cleveland, de donde es oriundo, Fernwright se pregunta por el sentido de la vida (“examinó la posibilidad de suicidarse”), mientras los días giran con máquinas que le exigen apretar el paso cuando camina por las calles (la velocidad del peatón/ciudadano es requisito indispensable para no terminar en la cárcel) y supervisión de un Big Brother virtual en su cama: “usted pesa 75 kilos, que es el peso distribuido ahora en su cama. Por tanto, usted no está efectuando un coito”, le replica otra máquina vigilante cuando Fernwright quiere evitar conectarse al circuito de sueños.     
El juego del arte entre las grietas grises de la vida 
Lo único que entusiasma a Joe Fernwright es El Juego, una competencia  mundial de adivinanzas literarias en la que destaca por sus altas puntuaciones. “La biografía es fantasía”, por ejemplo, tiene como respuesta “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca (Olla de la Nave); “Un ferrocarril callejero donde hay fuego de catedral”, es Un tranvía llamado deseo, de Tennesse Williams; “Casamientos de santos sindicatos sin posesión” es Bodas de Sangre, de García Lorca. Aquí, es obvio, tiene que ver la mano del traductor, el argentino Andrés Esteban Machalski, para hacer entendibles los juegos de palabras originales de K. Dick. 
Joe Fernwright es presa de la evasión artística para enfrentar la grisura de su vida. Pero llega un momento en que ni siquiera El Juego le transmite energía. Y es que al hacer cuentas con su vida, la ficción no le ayuda. La vida no es sueño, con perdón de Olla de la Nave. La depresión se apodera de Fernwright (aunque el Gobierno la castigue con severidad), hasta que recibe un recado vía tubito/mensajería que anticipa escenas locamente burocráticas de la película Brazil (1985) de Terry Gulliam. Ese recado dice escuetamente: “Ceramista. Lo necesito. Le pagaré”. El emisor del recado se llama Spelux, un ser complejísimo del Planeta Sirio 5, también conocido como El Labrador. Spelux, mezcla de ángel filósofo y Joe Montana mariscal de campo, tiene un megaproyecto: rescatar del fondo del mar de su planeta a Gestarescala, catedral hundida hace siglos, ahora vigilada en ese abismo marítimo por un Spelux negro (la Némesis del Spelux convocante) y una Catedral Negra, fatal simulacro de la Catedral Real, para engañar a rescatadores incautos. Spelux multiplica sus gestiones y contrata especialistas de todo el universo (ingenieros, arquitectos, matemáticos, psicólogos, diseñadores) para rescatar a Gestarescala. 
El universo campo de juego: voluntad, combustiones y división 
Entre Spelux y su megaproyecto se yergue un libro/profecía que se escribe solo, dictando el fracaso de la empresa. Pero Spelux es alegremente necio: “Estamos hablando de posibilidades, de probabilidades. Puede que resulte. Puede que no. No pretendo tener la certeza; solamente la esperanza. No tengo ninguna certidumbre acerca del futuro. Eso no lo tiene nadie. Esta es la base de mi posición y mi intento”. Para un creyente, como lo soy yo, estas palabras suenan extrañamente distantes y cercanas. K. Dick emprende una búsqueda espiritual desde la acción, con la figura de Spelux y su reto al libro/profecía que anuncia su fracaso. Para muchos seres humanos, la fe se define como “la demostración de realidades, aunque no se contemplen” (Hebreos 11:1). Aún con el fondo faústico de Spelux, individuo jaloneado por la acción, la consecuencia narrativa no es de éxito material sino de fortaleza espiritual. Más allá de las mecánicas certidumbres de la acción, está el aprendizaje que podemos extraer de una acción: metamorfosis existencial, que colinda (para el creyente) con la metamorfosis espiritual. “Lo que estoy haciendo –dijo Spelux- es lo siguiente: estoy tratando de evaluar cuál es mi fuerza. No existen modos abstractos de determinar los límites de la propia fuerza, de la habilidad para realizar esfuerzos: sólo pueden medirse de este modo, mediante una tarea que se acerca a los límites reales de esta fuerza, enorme, pero finita. El fracaso me brindará tanto conocimiento de mí mismo como el éxito. ¿Entienden esto?”, así que piense el lector lo siguiente, a partir del credo de Spelux: la expansión de la conciencia individual es el sentido oculto de cualquier acción, no la sanción de éxito o fracaso que el mundo y los demás otorgan.              
Seguiré con el sueño de Gestaresca en otra entrega de Mímesis.