MÍMESIS/Sobre el concepto de Utopía

Viernes, 07 de Noviembre de 2014 00:55 Editor
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 Pablo del Ángel Vidal

1. Miro en un diccionario de ciencias sociales lo siguiente. “Utopía: plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”. Esto no es muy diferente a lo que decían los graffitis del mayo francés en 1968: “Sean realistas: pidan lo imposible”. 
Destaco en la definición de utopía la palabra ‘optimista’, al lado de la palabra ‘irrealizable’. Es una paradoja magnífica, valga decir: utópica.
Pero no es prudente hacer mofa de una palabra que por mucho tiempo ha impulsado al espíritu humano y sus búsquedas existenciales. A lo largo de la historia humana, la utopía ha invadido con diferentes repercusiones el pensamiento metafísico, el pensamiento artístico, el pensamiento filosófico y científico. La edad moderna –del siglo XVIII para acá- ha estado repleta de utopías, sólo que en lugar de irrealizables han parecido (a muchos hombres) una cuestión viable, a conseguir con técnica y esfuerzos colectivos.      
Es decir, las utopías modernas, planteadas como viables (o realizables) no han sido del todo utópicas.   
Si se revisan las referencias etimológicas para utopía, observamos dos rutas griegas para esta palabra: outopia (ningún lugar) y eutopia (buen lugar).  Podríamos decir que las utopías antiguas iban hacia la outopia (ningún lugar) y que las utopías modernas se pensaron más como eutopia (buen lugar). Así se atemperan algunos aspectos paradójicos de la búsqueda moderna de utopías. 
¿Tienen los hombres que buscar utopías? Aristóteles decía que eso era lo propio del hombre, quien –aunque los métodos varían- siempre busca la felicidad y el bien común. Saquen sus conclusiones: ¿qué pasa si se eliminara el pensamiento utópico? Perderíamos una buena parte de los mejores pensamientos del hombre de todos los tiempos, el hombre que sigue siendo nuestro contemporáneo.
2. Juan Manuel Vera, pensador español, dice lo siguiente sobre el concepto de Utopía y sus características: “Los usos del término utopía son sumamente heterogéneos. En particular me remitiré exclusivamente a una de sus aplicaciones: a aquella visión mediante la cual se aspira a una totalidad superadora de las contradicciones humanas. No se aborda el concepto de utopía en su sentidos triviales de ‘proyecto nuevo’ o de ‘intención de cambiar las cosas’, ni en acepciones ambiguas y equívocas como el de utopía relativa. Vamos a partir de la sustancia filosófica del sueño utópico, vinculándolo a una concepción religiosa del mundo y explorando sus raíces comunes con las realidades totalitarias de nuestro tiempo”. Aquí vemos cómo Vera distingue, sin decirlo así, entre Utopías antiguas (las que le interesan), y Utopías modernas (que al parecer no le interesan, por su sentido técnico y de proyecto).  
Veamos una aproximación más específica de Vera: “Las aportaciones utópicas clásicas, desde Platón a los renacentistas católicos Moro y Campanella, y las de los socialistas utópicos desde Owen a Fourier, a Saint-Simon, Cabet o Morris, mediante sus imágenes del mejor mundo deseable, reflejan tanto una forma primitiva de pensamiento social crítico respecto al orden social existente como un conjunto de ideas sobre la sociedad perfecta al margen del contexto histórico. Por ello, se ha podido decir que la lectura de los textos utópicos nos muestra que sus autores consideran a la sociedad como una idea navegando en medio de un océano sin referencias (Cioran)”. Aquí rescato dos ideas importantes: a) la utopía como crítica embrionaria del mundo real, y b) la utopía como la búsqueda de perfección social. Por supuesto, la cita final de Cioran es ácida, porque la utopía semeja un barquito de papel a la deriva (‘la sociedad como una idea navegando en medio de un océano sin referencias’), lo que suena un tanto injusto, aunque debe decirse que la utopía no es contextual: va más allá del contexto histórico en que se produce. Es un sueño, como el arte de todos los tiempos que cuestiona lo real, o sea: la vida tal como es. 
3. Seguimos con el pensador español Juan Manuel Vera, ahora llegando a los territorios modernos impregnados de utopía: “Más allá de esos antecedentes, las concepciones utópicas impregnan el pensamiento posterior. La idea de una armonía funcional perfecta va a persistir en los marxismos como una herencia romántica enraizada en la fe en el progreso y en la convicción de la existencia de un sujeto predeterminado de la historia. El estadio superador de la dialéctica de la sociedad de clases adquiere los rasgos de un regreso a esa totalidad sin conflictos propia, para Marx, del origen de la historia. El mito final del comunismo resume conjuntamente el sueño futuro de la reconciliación de la humanidad y el advenimiento del reino de la abundancia”. Curiosamente, el marxismo se enlaza con buena parte del pensamiento cristiano que predica buenas nuevas en un nuevo orden de cosas futuro. Se trata de una cuestión de fe y utopía, no muy populares en el siglo XXI. Y si le dijeran a Marx que comparte piso con el cristianismo se horrorizaría. Pero es que la utopía cristiana tiene raíces fuertes. En una ocasión, el filósofo Blaise Pascal (que era creyente de la fe cristiana) comentó que en la época del Imperio Romano habría sido muy fácil sobornar y hacer retractarse a los cristianos de su fe, si esta fe no hubiese sido real, y si los hechos que relatan los evangelios no hubiesen tenido lugar. Los romanos eran políticos implacables, pero no pudieron extirpar el cristianismo comprando a los cristianos. Tuvieron primero que reprimirlos y después asimilaron un credo descafeínado que se convirtió en el credo imperial. Pero esa es otra historia.        
Seguimos con Vera, en una tanda de citas utópicas: “La utopía predica una sociedad inmaculada, un mundo perfecto que genera la esperanza en un futuro esplendoroso y fomenta el delirio de dar un sentido al ser. No en vano utopía significa ningún lugar. Los utopistas más radicales creen que el acontecimiento más afortunado que puede producirse en ‘este globo y en todos los globos’ es ‘el paso súbito del caos social a la armonía universal’ (Fourier). Otros, más vergonzantes y más impregnados de sentido religioso, se propusieron utilizar la promesa de un porvenir radiante como medida de todas las cosas. ‘La utopía sustituye a Dios por el porvenir. Entonces identifica el porvenir con la moral; el único valor es el que sirve a ese porvenir’ (Camus)”.  
Más allá de las utopías que sustituyen la conexión espiritual por la moral individual, porque Camus habla desde el individualismo existencialista, habrá que decir que todo hombre se hace preguntas sobre su futuro, y que ese futuro no tiene sólo una técnica de por medio, sino una ética. También, o el futuro es trascendente o el futuro es una cáscara de plátano, como quería Darwin. De las dos opciones, me parece que la que reivindica la imaginación humana es aquella que tiene un fondo espiritual. No voy a hablar aquí de mis convicciones espirituales, porque no es el lugar. Basta decir que la utopía es necesaria, porque parece imposible. ¿Otra paradoja? Sí, pero el hombre no ha creado el universo: ha sido depositado en el universo, que es distinto. Esto es suficiente para preguntarse muchos porqués. Leibniz, filósofo alemán (creyente) es quien  lo ha dicho mejor: “¿Por qué existe algo en lugar de nada?”, sí: sería más fácil que no hubiera nada. Pero no es así.          
Finalmente, el éxito del concepto de utopía, según Vera, “se debe a su capacidad para expresar una protesta de la subjetividad, un deseo inalcanzable e ilimitado de otra cosa, de jugar el papel de una metáfora metafísica llena de exaltación. Es la sublimación de un tiempo final. Insistiendo: es una protesta de la subjetividad que considera que es posible dar un sentido a la existencia humana y dotar de una justificación trascendente a esa subjetividad que se piensa a sí misma”. En ese terreno, justo es decirlo, cada quien carga con su propia búsqueda. ¿Y si las utopías se abaratan hoy, desde una materialidad vulgar, desechable? Cierto. Por eso prefiero las antiguas.