Mímesis/ Milan Kundera: el arte como un soplo olvidado (II)

Lunes, 22 de Octubre de 2018 13:10 Editor
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 Pablo del Ángel Vidal

 
Los temas recurrentes de Milan Kundera: el exilio como catalizador artístico; la memoria como guarida de la identidad; la novela como indagación existencial; el arte desde el humor y la belleza, que se opone a la grandilocuencia y la fealdad del mundo; la innovación en la estructura de las obras de arte, que trasciende la historia y determinismos sociales.            
Exploremos cada uno de los temas kunderianos, todos ellos desarrollados con prosa magistral en el libro de ensayos Un encuentro (2009, colección Marginales, editorial Tusquets, reimpresión 2017), cuya reseña me ocupa desde la entrega anterior de Mímesis. 
Vale la pena. Ya lo verá el hipotético lector.
              
El exilio como catalizador artístico
Las ideas de Kundera tienen un núcleo que comparte con el crítico literario George Steiner: el arte es, por vocación imaginativa, extraterritorial. Un verdadero artista no pertenece a su nación, ni es sólo propiedad de su nación. Un creador literario no debería ser prisionero de una sola lengua. 
En este sentido, el exilio no es visto como un problema cultural, sino como “la invitación a una salida liberadora”. Siguiendo un texto de su compatriota, Vera Linhartova, el checo Kundera –también exiliado en Francia y, por lo tanto, conocedor directo de este delicado tema- plantea una desmitificación del concepto tradicional de exilio, que en esencia se define como una pérdida existencial y estética para quien lo padece. No es así, remarca Kundera. Ha llegado el tiempo de desechar las versiones lacrimógenas del exilio y abordar el carácter concreto de la vida del exiliado. Los grandes artistas en el exilio (Nabokov, Beckett, Stravisnsky, Gombrowicz) se sitúan en otra parte, cada uno a su manera: “cada cual vive su exilio de manera inimitable”. Y con ello el arte extraterritorial ha llegado a cumbres expresivas que el nacionalismo artístico jamás ha soñado. En tiempos de migración galopante, lo extraterritorial resulta esencial en la vida cotidiana de millones de ciudadanos. De ahí surgen ya nuevos impulsos del arte. 
Para qué sepas lo que has vivido, estimado lector, el exiliado hurga en su imaginación.   
 
La memoria como guarida de la identidad
Se trata de una lucha encarnizada, porque los seres humanos somos fragmentarios y fundados en la diferencia. Por ello, la lucha contra el olvido se pierde. Estamos condenados a repetir lo que no recordamos. Del mismo modo, lo que conocemos apenas es un rasguño contextual, por más que nos esforcemos. “Conservo bien en mi memoria Los dioses tienen sed o El Figón de la Reina Patoja (estas novelas formaron parte de mi vida) pero no conservo de otras novelas de [Anatole] France más que vagos recuerdos y algunas ni siquiera las he leído. De hecho, así solemos conocer a los novelistas, incluso aquellos que nos gustan mucho. Digo: ‘me gusta Joseph Conrad’. Y mi amigo: ‘A mí, no mucho’. ¿Hablamos en realidad del mismo autor? De Conrad he leído dos novelas, mi amigo sólo una, que yo, en cambio, no conozco. Y sin embargo, con toda inocencia (con toda  la inocente impertinencia), cada uno de nosotros está seguro de tener una idea acertada sobre Conrad”. Cualquier parecido con la realidad, parafraseando a Ibargüengoitia, no es una coincidencia: es una desgracia universal.                     
 
La novela como indagación existencial
La tesis de Kundera es que hay cosas que sólo la novela (y sólo la novela) puede decir. Céline, en la novela De un castillo a otro, después de la muerte discreta (sin quejarse) de una perra: “Lo que molesta en la agonía de los hombres son los fastos… el hombre siempre acaba en un escenario…hasta el más sencillo”. La novela se plantea el conocimiento profundo de “seres reemplazables” que al ser conocidos de pe a pa dejan de ser desechables y devienen entrañables. “Sólo la novela aísla a un individuo, ilumina toda su biografía, sus ideas, sus sentimientos, lo vuelve irremplazable: lo convierte en el centro de todo”.   
 
El arte desde el humor y la belleza
La palabra humor no está desprestigiada, lo que en cambio sí ocurre con la palabra belleza. En Kundera, la unión de humor y belleza es indisoluble. Lo no serio es fundamental para sus tramas, y así se engendra una extraña belleza que colinda con la estética del monstruo renacentista francés de la pre-novela: Rabelais, quien en Gargantúa y Pantagruel aconsejaba la risa. Por otra parte, Tolstói –otro héroe de Kundera- rezumaba belleza en sus novelas, una palabra desvirtuada y pasada de moda en la modernidad. Belleza es, según Kundera, “la última victoria posible del hombre que ya no tiene esperanza”.  
 
La innovación en la estructura de las obras de arte
Hay dos condiciones para el éxito en esta misión imposible, según Kundera: a) que el creador sea discreto al plantear su innovación, y b) que la innovación estructural no rompa el sentido de indagación existencial. En el primer caso, hay que huir de la estridencia, del “llenar el carrito del supermercado hasta los topes” (Julian Barnes); en el segundo caso, hay que guardar un equilibrio entre el experimentalismo narrativo y la belleza de la situación planteada. Estas premisas, extraídas del arte literario, no se cumplen de igual modo en la música y en la pintura. Hay que decirlo, y aquí Kundera nos deja en suspenso. Quizás para no caer en  la receta infalible, que por supuesto no existe en arte. 
De este modo, Milan Kundera no se guarda los ases estéticos bajo la manga. Juega a las claras con sus cartas ante el lector, tratándolo como a un mayor de edad estético, como a un par creativo. Privilegio inmerecido para muchos de nosotros, que vemos los toros estéticos desde la barrera. De este punto me ocuparé en la tercera entrega de mi reseña kunderiana.