Mímesis: Philip K. Dick, Gestarescala (III y último)

Martes, 05 de Febrero de 2019 21:02 Editor
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 Espejos: Alegrías demasiado feroces para ser expresadas

Pablo del Ángel Vidal
 
Escribí, en la entrega anterior de Mímesis, que Gestarescala (1969), novela del norteamericano Philip K. Dick, es una fábula sobre el sentido de la vida que cambia a través del tiempo, en aras de una madurez que siempre se escapa. También dije que K. Dick se especializa en recrear la búsqueda espiritual desde personajes con bajo perfil heroico.   
Me detengo en ambas ideas, para explorarlas. Decía el canadiense Marshall McLuhan: “Yo no busco: exploro”. 
Desmontar el reloj del universo con voces individuales  
De manera inevitable, el sentido de la vida en la ficción se trabaja con personajes, “egos experimentales” (Kundera). Es decir: en los personajes se concentran las ansias de permanecer, cambiar y comprender. Realizar el deseo o renunciar al deseo. A partir de ese dilema, la toma de decisiones de los personajes se convierte en una declaración sobre el sentido de la vida, o su sinsentido. Desde la estética clásica, Aristóteles se detenía en el carácter de los personajes revelado a través de sus acciones al enfrentar dilemas: A o B, nunca A y B. Ahora bien, para Aristóteles, lo que define el carácter de los personajes  es su templanza y su fortaleza, nunca su debilidad y sus dudas. Por ello, el maestro K. Dick rompe el molde clásico y con su arte narrativo practica la lección de un versículo bíblico: “Cuando soy débil, entonces soy poderoso”, justo como los personajes de Franz Kafka, Samuel Beckett, Frederick Barthelme y Paul Auster, otros grandes autores literarios que han explorado la orfandad existencial y, por tanto, la debilidad humana con hambre espiritual. 
En esta dirección, la metamorfosis de los personajes (su trayecto de ‘vida’ en la trama) debe ser lo suficientemente extraña como para decirnos algo nuevo sobre el ser humano, aunque la situación no parezca nueva. Lo es la decisión tomada desde la debilidad, no desde la fortaleza. Desde la debilidad se llega a la madurez, mientras que desde la fortaleza se puede caer en la vanidad, la presunción orgullosa o el autoritarismo simple y brutal. 
Arañar la madurez, desde la debilidad poderosa  
El dilema de debilidad y voluntad, para arañar la madurez: eso ocurre en las historias del maestro K. Dick. Por eso las decisiones de los personajes en sus tramas tienen que leerse con detalle. Podemos entender todo al revés.
Joe Fernwright ama a Mali Joyez, pero ambos se fusionan (junto con otros expertos y científicos) en un megaorganismo controlado por un ente llamado Spelux, que así adquiere poderes insospechados. Fernwright, único terrícola en el proyecto Gestarescala, fue de los expertos que más abogó por la fusión creadora del megaorganismo, para rescatar una Catedral hundida en el mar (espiritualidad subyacente en épocas tecnológicas). Sin embargo, en la votación para devolver su individualidad a los expertos que así lo deseen, Fernwright es de los pocos que vota por el Sí. La mayoría se siente más cómoda viviendo ahora dentro del megaorganismo que controla Spelux. Nunca volverán a su individualidad débil. Ahí, en ese sueño totalitario, se queda Mali Joyez, la fémina extraterrestre que es amada por Joe Fernwright.       
¿Qué motivos tenía Fernwright para retornar a una oscura vida de ceramista en una Tierra ya sin objetos de cerámica que restaurar? Ninguno, salvo el que Mali Joyez votara por su individualidad y quisiera vivirla con él. Lástima, Joe. De esta manera, K. Dick  muestra en pocas líneas la tragedia de la libertad humana que se desvanece en la tragicomedia autoritaria del mundo. Por eso, ante la tentativa de Joe por ser creador de vasijas, no simple restaurador, K. Dick es implacable con su destino: “La vasija era horrible”. Un final coherente con un sentido de la vida que se escapa gota a gota, y también coherente con un personaje que en la debilidad resultó poderoso, al preservar su individualidad pese a todos los pesares, incluyendo un sueño de omnipotencia del megaorganismo que devoró individualidades.  
Y la madurez no llega, pero no por inmovilidad o tontera, sino porque el mundo es un sitio que se mueve demasiado rápido en contra nuestra. Por lo menos, ésa me parece la historia de Joe Fernwrgiht, el héroe que no es héroe de Gestarescala.
Libros azules, sujetos marrones y sueños verdes 
Extracto aquí otras frases y párrafos de Gestarescala, para deleite (espero) de los hipotéticos lectores. 
-“Un ser grande y cuidadoso de color marrón con aspecto de rata se acercó a Joe y Mali. Tenía los brazos cargados de libros”. ¿Quién es el tipo de color marrón? En el Ulises de Joyce se habla del “Hombre del impermeable marrón”, cuya identidad no es revelada. Aparece en varias escenas, desde lejos. El ruso Vladimir Nabokov descubrió que el hombre del impermeable marrón era ni más ni menos que el propio James Joyce, visitando de incógnito a sus personajes. Me gusta pensar que el ser de color marrón es, al igual que Joyce, el propio autor (K. Dick) visitando a sus creaciones. Por lo menos, “tenía los brazos cargados de libros”.     
-“Era evidente que ella no entendía. Pero extrañamente el robot sí entendía. ¿Por qué entiende él, y ella no?, pensó. Quizá caritas [caridad] era un factor de inteligencia. Quizá nos equivocamos siempre y caritas no es un sentimiento sino una forma elevada de actividad cerebral, una habilidad para percibir algo  en la realidad, tomar nota y, como decía el robot, preocuparse. Conocimiento: eso era”. He ahí otra debilidad poderosa: la compasión como conocimiento singular. 
-“Se sentó sobre el sillón y elevó los brazos hacia Joe. Alegrías demasiado feroces, pensó, demasiado feroces para ser expresadas. El que había dicho eso sabía de qué hablaba”. Lo dijo Shakespeare, otro ser marrón con los brazos cargados de libros y sueños.  
-“El cielo se cubriría, el atardecer se transformaría en noche cerrada, pero Spelux seguiría brillando, quemando las impurezas de todo lo que lo rodeaba. Era la luz que desnudaba el espíritu, con todas sus partes podridas; una aquí, otra allá, recuerdos de una vida que nadie había solicitado”. Nadie que nace solicita la vida: es un don. Nuestros ancestros lo sabían. En el tiempo de las nuevas tecnologías, ¿nosotros lo olvidaremos? K. Dick, Dostoyevsky, Shakespeare, están ahí con sueños en forma de libros, para rasguñar la memoria espiritual.   
-“La fuerza para existir, pensó, y por el otro, esa paz de no existir. ¿Cuál era mejor? (…) Nadie se conoce a sí mismo, dijo Spelux. Tú no tienes la menor idea de tus potencialidades más elementales. (…) ¿Viniste aquí a hablarme de mis dudas?, preguntó Joe. Tienes asuntos más importantes que atender que devolverle la confianza en sí mismo a un pobre ceramista de Cleveland. (…) No existen los asuntos sin importancia”.
Así transcurre la vida en el espejo roto del arte literario. Como definió James Joyce el arte irlandés: “El espejo rajado de una sirvienta”. Sin embargo, es un espejo con empatía envolvente. La espiritualidad es empatía envolvente, por extraño que resulte para el prójimo abrumado de materialidad, como los expertos que renunciaron a su individualidad por el megaorganismo que domina el universo de Gestarescala. La libertad es dilema permanente entre debilidad y voluntad, entre individualidad y vida como don compartido.