Mímesis/ Borges: el siempre mar

Jueves, 23 de Enero de 2020 21:12 Editor
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 *Experimentos con la inteligencia                

Pablo del Ángel Vidal
El escritor español Javier Marías planteó que “los libros de Borges son demasiado inteligentes, por lo cual resultan perfectos pero abrumadores para el lector”. No le falta razón, aunque quizás los lectores agradecidos no se han sentido abrumados por la tersa inteligencia que el maestro argentino deslizó en cuentos y ensayos. Borges dijo alguna vez que “el poeta español Quevedo y Platón son vastas literaturas”. Lo mismo puede decirse de él. Para lectores atentos, el universo literario Borges resulta disfrute permanente y tenue: estalla sin necesidad de pólvora. 
     
La escritura transparente y clásica de Borges será la que, según el cubano Guillermo Cabrera Infante, represente al idioma español en los próximos 50 años como paradigma literario. Borges se aleja del estilo barroco y garigoleado que es casi inevitable en español, por las palabras largas y llenas de vocales. Factor clave es que Borges aprendió inglés de niño con su abuela y así quizás evitó la grandilocuencia castellana. El inglés es más directo, de palabras cortas y sin adjetivos encadenables y frases subordinadas. La sintaxis de Borges prescinde de oraciones serpenteantes. Lección de claridad en la expresión. 
Puede ser parte de la leyenda, pero es fascinante (casi ficción borgesiana) el hecho de que el niño Jorge Luis leyera el Quijote de Cervantes en inglés: dos de los escritores más significativos de nuestro idioma, se dieron la mano y la voz a través del inglés, como extraños conocidos. 
Veamos uno de sus poemas, y note el lector la ausencia de artificios y de los clásicos ritmos barrocos del español. 
El MAR
Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías, 
antes que el tiempo se acuñara en días, 
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.
¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares 
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?
Quien lo mira lo ve por vez primera, 
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas 
tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré
el día ulterior que sucede a la agonía.  
Recapitulemos. Borges no teme la repetición cuando ésta multiplica los significados (“el mar, el siempre mar”); tampoco se preocupa de los manuales de redacción que aconsejan evitar demasiadas conjunciones con ‘y’ (“y abismo y resplandor y azar y viento”). Las mejores líneas del poema reflejan una sencillez que resulta homogénea a las cosas que representa: “Con el asombro que las cosas elementales dejan, las hermosas tardes, la luna, el fuego de una hoguera”. Y la pregunta que retoma sujeto y objeto del poema, cierra de manera magistral este pequeño paseo por el infinito mar y el individuo infinito: “¿Quién es el mar, quién soy?”                 
Borges (23 de agosto 1899-14 de junio de 1986) es el autor más citado en estos tiempos denominados posmodernos (san google lo certifica). No se sabe, en cambio, si resulta el autor más leído, aunque debería estar entre los más leídos. Sus ensayos/ficción, sus ensayos y sus cuentos (que él dividía en ‘prosas, relatos y cuentos’) trabajan siempre con la regla de decir más con menos, además de articular fantasías del más alto nivel, incluidas triquiñuelas históricas (citar libros falsos y autores inventados, lo cual es ahora un clásico tic borgesiano heredado a las nuevas generaciones de literatos) que hicieron que Umberto Eco nombrara a Borges ‘archivero delirante”. No es el mote más exótico para Borges, ya que George Steiner lo denominó “extraterritorial”, por ser autor que se pasea a sus anchas por diversas literaturas y lenguajes (español, inglés, alemán, sajón antiguo), en multiculturalismo que olvida fronteras desde la estética y la imaginación. No es casualidad que una de las frases favoritas de Borges fuese: “Yo tomo lo mío donde lo encuentro”. O que un verbo inventado por Borges sea ‘descreer’, de acuerdo a Héctor Aguilar Camín, quien hizo decir eso a su personaje Galio Bermúdez (de La guerra de Galio) adjuntando un verbo clonado: “¿No le desparece?”, lo que no es error ortográfico, es así: ‘desparece’.                 
Borges resulta presencia cultural temible por su inteligencia. Pero no se trata de temor dañino sino de disfrutable temor ante alguien que puede mostrarnos el mundo en pocos trazos. Solía argumentar a críticos que le reprocharon no escribir novelas: “Para qué utilizar trescientas páginas si lo que quiero decir cabe en diez”. La inteligencia de Borges no es cargante, pese a su argentinidad proverbial. Es, con perdón del oxímoron, inteligencia harto escueta, epigramática y aforística, a la manera de Oscar Wilde. Por eso no escribió novelas, aunque su Biblioteca Personal (colección editorial deliciosa, publicada hace unos años por su viuda y albacea literaria, María Kodama) está llena de novelas. 
Escribió en un ensayo sobre los clásicos: “cada cual descree de su arte y de sus artificios”. Borges, clásico a su pesar, puede descreer de él. Está en su derecho. Sus lectores, no. Y si no ganó el Nobel, peor para la academia sueca. Hay otros premios, de raíces metafísicas. Y hay quienes nos limitamos a leerlo y citarlo de manera fatal porque se espera que su inteligencia alumbre la perspicacia de otros lectores.