Lo demás pasó antes, un relato

Domingo, 17 de Mayo de 2020 21:16 Editor
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 Erasmo Marín Villegas

 
Soy viajero incansable y lo hago por placer narrativo. Mi nombre no importa. Disfruto misterios de la naturaleza humana, colecciono relatos orales con niebla. En algunos bares de ciudades grandes y pequeñas se cuentan cosas que no llegan a los libros. Esta historia la soltó, cerveza oscura de por medio, el canoso parroquiano del bar La Desgracia. Según él, que desdobló periódico probatorio, todo sucedió tal y como lo cuenta.  
 
Era una tarde de invierno…
 
»Iluminado sólo con la luz tenue del bar, Churchill esparció la baraja sobre la mesa, tomó su bastón y salió presuroso. La alerta de sangre había timbrado. La niebla sería único testigo de la muerte lenta. Como castigo, su madre lo encerraba en el oscuro sótano. Así desarrolló el instinto de ver a través de la niebla. En otra parte de la ciudad, Elizabeth salió presurosa en busca de la pócima para su madre enferma. Fue la alerta de sangre que sintió Churchill.
 
»Dos horas después, Churchill regresó al bar con el tobillo lastimado y pidió una cerveza. Su pantalón tenía una rotura en la rodilla. La partida de póker había terminado. Tomó el as de espadas y de un trago se bebió el tarro de cerveza oscura. Con el brazo derecho se limpió los labios de residuos de espuma y con la mano izquierda hizo el ritual del bastón. Los parroquianos esperarían la edición del periódico para conocer a detalle qué ocurrió ese mediodía nublado. 
 
Yo me figuraba lo ocurrido. No en balde conocía el ritual del bastón.
 
»Al día siguiente, Churchill  con la lectura del impreso de tinta negra, sabría que falló: la daga no atravesó el corazón. Elizabeth desde entonces se convertiría para Churchill en un sueño inquieto, como aquella noche en que su propia madre le pidió que usara la daga como medicina contra el dolor.
 
»En el único hospital de caridad de la pequeña ciudad, Elizabeth, moribunda, balbuceaba el nombre de su madre y recitaba un pasaje de la Biblia que creo se encuentra en Mateo: ‘Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno’. Su sobrevivencia se la debía a su temor de irse al infierno. 
 
 »Desde Francia hicieron venir a Pierre, afamado investigador de crímenes en serie. El cuerpo muere hasta que el espíritu abandona lo material. Con esa tesis metafísica, Pierre se presentó en el hospital para entrevistar a la víctima
.
»Desde que Churchill leyera el periódico, optó por escabullirse en las oscuras calles y no retornar al bar La Desgracia. Repasó el día de la tragedia: muy temprano abrió el cajón del ropero de sus bastones y eligió el más ligero. Donde lo compró le dijeron que procedía de América y era de madera virgen con la empuñadura de plata en forma de cabeza de lobo.  
 
»El modus operandi era infalible: en la densa niebla, Churchill se acercaba a la víctima, que se veía obligada a caminar con la cabeza baja. A su lado, la hacía trastabillar jalándole el tobillo con la empuñadura del bastón. La víctima rodaba por el suelo y Churchill, con la mano libre, incrustaba la daga en el corazón. Después la subía al auto y la llevaba al sótano de su residencia. Con Elizabeth algo falló: no pudo sostenerse en pie mientras usaba el bastón, y también rodó. Ese desconcierto evitó empuñar firme la daga. Se echó a correr, con el tobillo sentido y el pantalón rasgado. Dejó a la víctima en el suelo. Ese día Churchill reconoció que su método dejó de ser infalible. Sus días como asesino celestial estaban contados.
 
»Churchill quería escribir su propio final: decía que Dios era dador de vida y su encomienda era ayudarlo a poblar el cielo. Su sueño era morir de viejo, homenajeado por los feligreses de la iglesia donde lo conocían por sus donaciones eclesiásticas, sus ayunos, su presencia en los sepelios. Churchill, as de espadas, obrero del Rey de Reyes.  
 
»El destino de Churchill dependía de Pierre, ateo por convicción y que por sistema acudía a las iglesias en busca del asesino. Determinó la iglesia más cercana al atentado. Y tres días después de la ‘ayuda celestial’ a Elizabeth, ocurrió que Pierre y Churchill coincidieron en la iglesia. Churchill en la casa parroquial y Pierre cerca del confesionario para escuchar a los pecadores. La madre de Elizabeth, de rodillas en el Santísimo, pedía en ese momento por la recuperación de su hija.
 
»Al salir de la iglesia, Pierre se detuvo a observar un automóvil adornado por una cabeza de lobo. ‘Es de mister Churchill’, le dijo un feligrés boca floja. Eso alertó al francés. Un día antes, Elizabeth parcialmente recuperada declaró que al rodar por el suelo vio cómo el victimario también cayó de bruces y se levantó… con la ayuda de un bastón con empuñadora de cabeza de lobo. Después sintió cómo la daga se hundía en su pecho y perdía el conocimiento. 
 
»Lo primero que vio Pierre, cuando salía Churchill de la iglesia, fue la cojera por un tobillo lastimado y un remiendo del pantalón a la altura de la rodilla. Los demás es historia, en el sótano de la casa de Churchill, una colección de cráneos rodeaban la esfinge de la señora Churchill.
 
 
»Me retiro. Soy viajero incansable y lo hago por placer narrativo. La historia me espera”.