Mímesis /A 100 años del Ulises de James Joyce (II): la construcción del individuo

Sábado, 16 de Julio de 2022 18:25 Editor
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 Pablo del Ángel Vidal

I
Libre albedrío: tres individuos, tres dilemas    
Ulises, la novela/monstruo de James Joyce, desarrolla tres conciencias individualizadas desde el inasible tiempo presente: todo ocurre en un día. Sello común del trío es el fulgor existencial que emana de la vida cotidiana. Leopold Bloom, adulto degustador de riñones, esposo estoico, amigo sereno, soñador irredento y pensador de acertijos en el retrete; Stephen Dedalus, joven poeta sin poemas, experto en Shakespeare, coleccionista de dudas, amigo festivo y degustador del lenguaje; Molly Bloom, cantante de ópera, esposa escurridiza, curiosa por las palabras largas (metempsicosis), indolente en el hogar y degustadora de imágenes/recuerdos en tropel. 
El trío tiene otro rasgo en común: fantasías furiosas. Leopold, de ascendencia judía, mira a su fallecido hijo Rudy besar una Biblia en hebreo (“el libro se leía de derecha a izquierda”); Stephen sueña una pantera negra que ya había soñado otro personaje (inglés adinerado que apunta los filosos aforismos de Stephen); Molly, en duermevela, regresa al día en que decide corresponder a Leopold, mientras se pregunta cómo se enteró de su desliz con Blazer Boylan, empresario teatral que financiará una gira musical para ella.
La construcción del individuo en la literatura, es hazaña cognitiva que alumbró la edad moderna. Para Milan Kundera, ligado a “la desprestigiada herencia de Cervantes” la novela “nos rescata del olvido del ser”. En este sentido, veremos la construcción ficticia del individuo vía comparación de tres personajes en épocas distintas. William Shakespeare comenzó el baile, James Joyce lo retomó y Philip Roth lo potencializó.                           
El joven príncipe danés, Hamlet, recibe de ultratumba un mensaje de su padre, el rey Hamlet: ejecutar una venganza contra Claudio, su tío y nuevo rey, que se ha casado con la reina Gertrudis, madre del príncipe Hamlet. La revelación de ultratumba es que Claudio asesinó a su hermano, para usurpar trono y esposa. ¿Qué hará Hamlet hijo? Espadachín diestro y conciencia atormentada: ¿cumplirá la venganza que le exige su padre muerto?
El joven poeta irlandés, Stephen Dedalus, recibe de su madre agonizante el ruego de hacer oración por ella. Dedalus fue creyente de pequeño, educado en el colegio jesuita de Conglowes Wood. Su juventud de tintes artísticos, bohemia y descreída, se interpone entre el ruego de su madre y su libertad como individuo. ¿Qué hará Stephen? Ateo con raíces espirituales y artista intemporal, ¿hará la oración que le pide su madre agonizante?
El joven escritor judío-estadounidense, Nathan Zuckerman, recibe de su padre una orden y de su madre una súplica por el mismo asunto: escribir una carta y disculparse con el juez judío que firmó una recomendación para que Nathan fuera aceptado por la Universidad de Chicago. ¿El motivo de la disculpa? Nathan no contestó un cuestionario impertinente que el juez judío le envió, para disuadirlo de publicar un relato que denigra a la cultura judía, en opinión de los padres de Nathan y el juez. ¿Qué hará Nathan? Escritor judío en busca de su voz, ¿redactará la carta de disculpa que le piden sus padres, mientras él piensa que no debe disculparse?                          
II
Tiempo, individuo, identidad y conciencia 
Individualizado lector: ¿qué haría en los dilemas planteados? Dejo en el suspenso la decisión de cada personaje. Me interesa destacar el tiempo que va de Hamlet a Stephen a Nathan, así como la naturaleza menguante de sus dilemas. En su libro Mentira romántica y verdad novelesca (1985) el francés René Girard maneja la metáfora de una caída entre personajes literarios de distinta época, para captar una degradación cognitiva. Girard explica que “cada novelista es como un fotógrafo que registra el descenso de un sujeto en su eterna caída”. Para lo que sigue, tomo prestada la metáfora de Girard.  
La línea de tiempo se abre en 1603: Hamlet pertenece a la realeza de Dinamarca. Algo está podrido en el Castillo de Elsinore. La podredumbre social es motivo de mancha individual. Eso revela Hamlet a través de palabras y actos. Hamlet es, según el crítico Harold Bloom, “la más grande conciencia de la cultura occidental”. El “ser o no ser” significa “matar o no matar”. Hay trono en juego y -con ello- una dignidad real que fue atropellada. El espectro del Padre Hamlet exige venganza a su hijo Hamlet, príncipe que debe decidir si vivirá la vida de su padre o la suya propia. 
De 1603 pasamos a 1922. Salto de 319 años en el tiempo literario, del teatro a la novela. Como representación humana, ya no hay espacio social para dilemas de reyes y tronos. Stephen Dedalus, como ciudadano, tiene relación incómoda con la Corona Británica. El imperio ahoga culturalmente a la nación pequeña y rebelde: Irlanda avasallada en lo militar, pobre en lo material, pero de gran riqueza cultural. Stephen, sensibilidad itinerante, tiene que decidir entre el cariño filial y su ateísmo arduamente construido.
De 1922, pasamos a 1983. Salto temporal pequeño (61 años), pero cualitativo:  la conciencia humana atraviesa quizás la fase más oscura de su historia y el individuo sin asideros es la regla y no la excepción. Philip Roth es el creador de Nathan Zuckerman, llamado también Nathan Dedalus en homenaje al personaje de Joyce. Aquí la literatura es juego de espejos con la cultura literaria y la identidad judía. El joven escritor Nathan, de 23 años de edad, utiliza los recuerdos y narraciones orales de su padre para tejer un relato donde, en un cine, una mujer judía machaca con un martillo la mano de un católico impertinente que le tocó la rodilla. Hay pleito legal por daños físicos, con mediador que se esfuerza para calmar a las partes. El padre de Nathan, de profesión podólogo, se identifica en la figura del mediador. Trata de convencer a Nathan para no publicar el relato. El padre topa con negativa firme y recurre al juez judío que recomendó a su hijo para la Universidad. La madre de Nathan le dice que los judíos quedan mal parados en su relato: salvajes, interesados. Nathan Zuckerman, escritor, debe decidir si su conciencia estética traicionará a su identidad judía.  
En estos dilemas se encuentra la construcción del individuo moderno: se ha pasado del dilema de tronos y venganzas (Hamlet), a un dilema espiritual y filial (Stephen), hasta llegar a un dilema literario por disculpa solicitada. Príncipe, poeta y escritor novel. Hijos. Los tres en edad juvenil y con solicitudes adultas, deben sopesarlas con su propia mirada. Los tres deciden por su cuenta, forjados en la “sabiduría de la incertidumbre” (Milan Kundera). Se convierten en individuos por el refinamiento de su conciencia ante dilemas existenciales. Son “libres artistas de sí mismos” (Hegel).        
III
Invitados y anfitrión
En el centro del mundo está la conciencia individual y su relación con lo existente. “Somos invitados en la casa del ser. Debemos al anfitrión la cortesía de la pregunta”, escribió George Steiner, que en su libro Presencias Reales identificó al anfitrión: “cualquier comprensión coherente de lo que es el lenguaje y de cómo actúa, cualquier explicación coherente de la capacidad del habla humana para comunicar significado y sentimiento está, en última instancia, garantizada por el supuesto de la existencia de Dios”. El arte es una apuesta, de agradecidos invitados, por la trascendencia y el propósito del anfitrión que habla desde la creación.
Para pasar de una visión física del universo a una visión espiritual, se necesita la conciencia individual. La construcción del individuo no es historia moderna, aunque los derechos humanos y civiles tienen su mayor expresión luego de la Revolución francesa. El libre albedrío, concepto esencial de la naturaleza humana, prefigura en la Biblia la conciencia individual moderna. Dice Gálatas 6:5: “cada quien llevará su propia carga de responsabilidad”. 
La versión moderna y estética de la conciencia individual, pertenece a Philip Roth: “Trabajamos en la oscuridad: hacemos lo que podemos; damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión, y nuestra pasión es nuestra tarea. El resto es la locura del arte”. También, ese resto puede ser la empatía del arte con toque espiritual, como imaginó Joyce a Leopold Bloom: “Capacitado para vivir en Irlanda sin malicia, sin violencia, sin odio”.