Mímesis/ Flann O’brien

Viernes, 27 de Marzo de 2020 00:09 Editor
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 Dos pájaros a nado:El hombre pez pájaro y la verdad número impar     

Pablo del Ángel Vidal
La novela Dos pájaros a nado (1939), del irlandés Flann O’brien (1911-1966) hace estallar el universo de la ficción, con la técnica de encajar historias dentro de otras historias, además de tomar prestados personajes de otras obras para combinarlos en tramas delirantes. Documentaba el veracruzano Sergio Pitol que, en su momento, se vendieron 244 ejemplares de Dos pájaros a nado, una de las cumbres de la narrativa fantástica del siglo XX.
Sí: la obra de arte se queda en el rincón, a la espera de un descubrimiento extemporáneo, mientras el público ruge por el bestseller de la temporada, que muestra la misma sopa narrativa. Se experimenta así el tenue cinismo mercantil que se disfraza de cultura, para alimentar sabrosas charlas de sobremesa.         
Dos pájaros a nado muestra un epígrafe -en griego- que representa la clave narrativa de esta novela extraordinaria: “Pues todas las cosas se marchan y dejan su sitio a otras”. El lector debe captar que la sucesión de historias y las historias dentro de otras historias son el desarrollo imaginativo de la frase inicial. Las ramificaciones incluyen una saga medieval irlandesa, Buile Suibhne (el frenesí de Sweeny, de 1670), con un hombre pájaro –Sweeny- que viajaba siempre porque “sentía aversión por los lugares que conocía”; también se presta atención a lo sucedido en el Hotel El Cisne Rojo, donde el escritor Desmont Trellis encierra a sus personajes y los controla, sin saber Trellis que cuando él duerme sus personajes se liberan y hacen lo contrario para lo que fueron creados. En esta muñeca rusa literaria, el eje narrativo se encuentra en un estudiante dublinés sin nombre (quizás James Joyce con impermeable marrón, que así visitaba a los personajes de su Ulises, según descubrió el ruso Vladimir Nabokov) que aburrido de la vida con su serio tío, se dedica a holgazanear para estudiar todo sin aprovechar nada, lo mismo que a escribir las ficciones que como espejos se multiplican, mientras se reúne en cuartos oscuros, a la luz de las velas, para leer a sus amigos las páginas que desordenadas integran inasibles pininos literarios. O’brien destroza la estructura tradicional de la novela: pone en evidencia “el arte como huida de la realidad” (T. S. Elliot), muestra las costuras de la obra literaria para desmitificarla y restarle seriedad a través de la complejidad estructural. Curioso contrapunto. El humor como apuesta estructural, como ensamblaje de novelas imposibles, es el estilo de O’brien.                    
Nadie ha reseñado mejor esta novela que uno de sus primeros lectores: inglés extraterritorial, nacido en Argentina, de nombre Jorge Luis Borges. La siguiente cita se extrae del delicioso ensayo de Sergio Pitol, “El infierno circular de Flann O’brien”, publicado por Nexos (1994), incorporado después a su libro Pasión por la trama (1998): “He enumerado muchos laberintos verbales: ninguno tan complejo como la novísima obra de Flann O’brien: At Swim-Two-Birds. Un estudiante de Dublín escribe una novela sobre un tabernero de Dublín que escribe una novela sobre los parroquianos de su taberna  (entre quienes está el estudiante), que a su vez escriben novelas donde figuran el tabernero y el estudiante y otros compositores de novelas sobre otros novelistas. Forman el libro los muy diversos manuscritos de esas personas reales o imaginarias, copiosamente anotados por el estudiante. At Swim-Two-Birds no sólo es un laberinto: es una discusión de las muchas maneras de concebir la novela irlandesa y un repertorio de ejercicios en verso y prosa, que ilustran y parodian todos los estilos de Irlanda. La influencia magistral de Joyce (arquitecto de laberintos, también; Proteo literario, también) es innegable, pero no abrumadora, en este libro múltiple. (…) Arthur Schöpenhauer escribió que los sueños y la vigilia eran hojas de un mismo libro y que leerlas en orden era vivir, y hojearlas, soñar. Cuadros dentro de cuadros, libros que se desdoblan en otros libros, nos ayudan a intuir esa identidad”. O’brien, que vivió hasta 1966, no supo de la reseña laudatoria de Borges. Hoy se le reconoce talla de genio literario, junto a sus impares paisanos: James Joyce y Samuel Beckett. El verdadero nombre de Flann O’brien era Brian O’Nolan, así que Flann O’brien fue desdoblamiento. Se ganó la vida como periodista, con el seudónimo de Myles Na Gopaleen, otro desdoblamiento. De hecho, usó más de 100 pseudónimos, como el novelista francés Stendhal (Henry Broulard).                   
Si el lector quiere realismo puede olvidarse de O’brien. Dos pájaros a nado dosifica diálogos magistrales –de tenso humor- entre pistoleros del oeste y entes sobrenaturales, donde –por ejemplo- se discute sobre la ‘canguridad’ de la mujer (lo que es confirmado, o desmentido, con la siguiente frase: “No hay nada en este mundo, a mi parecer, que impida a un canguro falaz afeitarse las piernas, simulando así que es una mujer”); también, se medita sobre la capacidad de guardar silencio en las fiestas, o sobre la competencia abierta entre el bien y el mal, o el misterio de los caballos que con fundamento redondo emiten cuadrado el excremento. Por no hablar de los personajes que viven como quieren, a su aire, antes de que despierte su autor. Luigi Pirandello, italiano que escribió la obra Cinco personajes en busca de autor, quizás leyó Dos pájaros a nado, o viceversa. La medalla de oro de los personajes en busca de autor se la lleva John Furriskey, quien “tenía una característica poco frecuente: había nacido a los veinticinco años de edad y había llegado al mundo dotado de memoria, pese a carecer de una experiencia personal que la justificase”. La ficción, lúdico homenaje, se burla de la ficción. El realismo sale de vacaciones eternas si se trata de literatura fantástica. El estilo de O’brien hizo que James Joyce se pronunciara sobre Dos pájaros a nado: “Un verdadero escritor, con verdadero espíritu cómico. Un libro realmente divertido”. Es curioso que Joyce, aunque elogió el humor de O’brien, no se refirió a la estructura laberíntica del libro, que lo retó precisamente en el terreno donde él tenía copyright de modernidad literaria. No existe mayor homenaje a O’brien que esta omisión de Joyce. Si leyó el libro, Joyce sabía que Ulises (1922) y Finnegan’s Wake (1939, del mismo año que la novela de O’brien) no eran la únicas obras en inglés que ambicionaban encerrar el mundo delirante en una estructura literaria móvil y serpenteante.                        
¿Por qué la verdad es número impar? Lea el lector la novela y lo sabrá. ¿Y los dos pájaros a nado del título? Habría que preguntarse lo siguiente: ¿cuándo los pájaros pierden la capacidad de volar y se adentran en el río? La respuesta se incluye en el prólogo de esta novela, editada en español por Edhasa y llamada En Nadar-Dos-Pájaros, un título más literal (nombre de población irlandesa), pero menos literario que Dos pájaros a nado. 
Las dos mejores frases del libro: “Triste es ver al mismo hombre como un ave informe del cielo”, como si la imaginación humana se gastara en los vuelos de la ficción. Y “un desmelenado torrente de infamia precipitándose por el pecho de una alta montaña”. La infamia, con cabellos largos y derrumbándose, como si buscase el refugio de la piedad. De las dos frases, quizás impacta más la segunda, por el verbo “precipitándose” dominando la frase (como verbo único), justo a la mitad de una hermosa construcción metafórica. O’brien, con humor desaforado, encarna la tristeza de la imaginación: nostalgia de las cosas que se marchan y dejan sitio a otras. Así en la ficción, como en la vida.