Mímesis/A 100 años del Ulises de James Joyce (IV): ojos de ansiedad espiritual y duda moderna

Lunes, 12 de Septiembre de 2022 20:25 Editor
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 Pablo del Ángel Vidal

I

Retrato perdido hacia adentro   

Rasgo central en la novela Ulises (1922) es la ansiedad espiritual, con o sin dudas, con o sin fe. Como si nuestros ojos mirasen hacia adentro.

Quizás esa mirada interna se ha perdido con la mentalidad moderna vaciada hacia la inmensidad externa. Las máquinas han captado imágenes grandiosas del universo, pero hemos perdido la mirada interrogadora hacia nuestro interior.

 

Se define aquí la ansiedad espiritual como “la extrañeza que surge por las interrogantes del hombre sobre su estar en el mundo, y la certidumbre de que el origen de la vida no le pertenece”. Pueden ampliarse las preguntas, si se quiere, hacia el origen del universo y el funcionamiento de la materia con regularidad de leyes físicas. El resultado sería el mismo: ansiedad como extrañeza por conocimiento insuficiente, precario, siempre conjetural.

La ansiedad espiritual genera preguntas fundamentales sobre la vida y la búsqueda infatigable de respuestas. Ese rasgo lo comparte Joyce con grandes novelistas del siglo XIX. Los franceses Honore de Balzac y Stendhal tejen magistrales intrigas palaciegas y amorosas, con tensión espiritual por personajes que deciden triunfar en el mundo a costa de su paz interior. Familia, matrimonio, instituciones, ambiciones humanas, pasan por el cristal espiritual en lucha con el materialismo que poco a poco se afianza y domina. Los rusos León Tólstoi y Fedor Dostoievski dibujan frescos históricos de progreso material y político sobre un trasfondo de espiritualidad dinámica que se niega a callar. La temática espiritual aparece con toda seriedad en estas obras. No existe todavía el tono humorístico y satírico del siglo XX sobre la interioridad de los personajes, su comprensión de la vida y su anhelo de trascendencia. Hay un hilo ético que une la tragedia griega del teatro clásico y las grandes novelas, esa forma de meditación existencial que, desde la incertidumbre, plantea los conflictos esenciales de la identidad humana.

Nuestro tiempo, el posmoderno y globalizado siglo XXI, coloca la espiritualidad en el cajón de las curiosidades arqueológicas. Pasa de largo. Le cuesta encontrar en las palabras algo más que utilitarismo, placer y exhibicionismo. Hay excepciones, pero la indiferencia es ambiente cultural y se enseñorea frente a la interioridad humana que pregunta por el sentido de la vida. La epidermis, lo externo, lo material, lo visible, son temáticas de estrés, placer, debate y ostentación. Vivir es acción material y sobrevivir basta, hasta nuevo aviso. El resto es conjetura, plantea Umberto Eco. Sobre ese ‘resto’ ya casi no se hacen conjeturas.

La espiritualidad, como tema literario en el siglo XXI, es forastera non grata.

 

II

Trabajos de ojos perdidos

Ulises plantea “la imagen del mundo en acontecimientos múltiples que chocan y se componen, se remiten el uno al otro y se rechazan” (Eco, Las poéticas de Joyce, 1962). He aquí una lista de referencias culturales que Joyce aborda en su novela para retar al lector ideal, aquejado de un insomnio ideal: “Homero, la teosofía, la teología, la antropología, el hermetismo, Irlanda, la liturgia católica, la cábala, los recuerdos de la escolástica, los acontecimientos cotidianos, los procesos psíquicos, los gestos, las ilusiones sabáticas, los vínculos de parentesco y de elección, los procesos fisiológicos, olores y sabores, ruidos y apariciones” (Eco). En esta lista sobresale la voracidad abarcadora del mundo, cuestión que en estos tiempos brilla por su ausencia en los especialistas del saber y del arte. La fragmentación del objeto de estudio, el tema específico ‘y nada más’, la indagación con prisa, el dato sin contexto, dominan el escenario cultural.       

Joyce, quizás el primer gran maestro de la novela del siglo XX, aprendió del siglo XIX literario la voracidad espiritual como canto de cisne. Se alimentó de esa despedida como temática crucial de la existencia. Quizás no tiene el mismo fondo ontológico por la duda moderna ya impregnada en sus ojos, y así enfrenta una ansiedad sin fe, pero mantiene la espiritualidad en su repertorio cultural como creador literario.

El siglo XIX miraba sin pestañear la temática espiritual. Julian Sorel, protagonista de Rojo y Negro (Stendhal, 1830), se sabe de memoria la Biblia y recita capítulos enteros ante asombrados aristócratas que lo necesitan como preceptor de sus hijos. Sorel es hijo de campesinos y tiene que elegir entre hacer carrera con la túnica negra del sacerdote o la chaqueta roja del soldado. En su camino se cruzarán dos mujeres. La incapacidad de distinguir entre fe y fanatismo, entre amor y enamoramiento, entre realidad e ilusión, hará que el joven Sorel -inteligente y valeroso- se equivoque en los juicios para definir su vida.

Aliosha Karámazov es seminarista y tiene dos hermanos carnales empeñados en desafiar a su padre, Pavlovich Karámazov. La mirada limpia de Aliosha no se empaña a lo largo de una intriga que comienza con el asesinato del padre. Los hermanos de Aliosha son sospechosos. Uno de ellos es llevado a juicio. El enfoque espiritual de Aliosha será puesto a prueba de varias maneras: la complejidad del mundo le hará guiños apasionados de maldad. Dostoievski logra con Los hermanos Karámazov (1880) una honda descripción de los principales dilemas espirituales: el amor agápe (término griego que define un sentimiento basado en principios sobre lo que es correcto e incorrecto), el amor filial y su dura contraparte (que deviene parricidio), el amor erótico y sus púas de consecuencias devastadoras (púas que, además, atraen como la luz a las mariposas), la ética de necesidad enfrentada a una ética de libertad con responsabilidad.               

El joven Eugene Rastignac en Papá Goriot (Balzac, 1834) jura vencer a la ciudad de París, pero primero es casi derrotado por el astuto criminal Jacques Collin, alias Vautrin. Las prioridades humanas se miden con acciones que muestran apetito voraz, mientras los anhelos de trascendencia (credos religiosos) se traducen ya en eclipses culturales y fuertes competencias que anuncian el escepticismo naturalista de Gustave Flaubert. Nadie quiere pagar un funeral con servicios espirituales para Papá Goriot, ni siquiera sus dos hijas. Rastignac apechuga con la cuenta, mientras mira desde la parte alta del cementerio a la ciudad entera y dice: “ahora nos veremos las caras tú y yo”. La escena capta un cambio ontológico: adiós a lo espiritual y bienvenido el conflicto material. El dinero, poco a poco, fue el principal motor de la Comedia humana de Balzac.

Joyce maneja una ciudad que reta a sus personajes desde una espiritualidad desdibujada, aunque todavía poderosa en su capacidad de generar interrogantes existenciales. No es la espiritualidad atormentada de Kafka, ni la espiritualidad silenciosamente fracasada de Samuel Beckett. A caballo entre el siglo XIX y el siglo XX, Joyce con Ulises –como Balzac en Papá Goriot- resulta otro momento excepcional de transición temática: viaje abismal, de la fe hacia la duda moderna.      

         

III

Desorden, desinterés y desolación  

“La fila de la desolación” es canción de Bob Dylan que describe la sociedad moderna industrial. Ahora tenemos desolación digital, versión recargada de soledad virtualmente acompañada. Sin sentido del humor y sin vigor espiritual, las tragedias modernas del mundo abruman por su desolación implícita.  

Quizás el planteamiento de este texto suena demasiado crítico hacia la época moderna, por su desapego espiritual en temáticas literarias. Es reproche de lector creyente, aunque mencioné que hay excepciones. Vale la pena matizar. En otro texto de Litoral, expuse que la espiritualidad del hombre se expresa también artísticamente, aunque sus temas no resulten del todo espirituales. Es forma deslavada, aunque significativa, de ansiedad espiritual. El libre albedrío permite eso y más.      

Joyce buscó en Ulises “expresar el desorden del mundo”. No ‘cosmos’, sino ‘caosmos’. Sin embargo, lo hace a través de una propuesta literaria repleta de alusiones y de redes interpretativas que representan un orden cultural con trasfondo milenario espiritual. El buscador de arquetipos Carl Jung, lector preclaro de Ulises, afirmó que “es la novela en que se procede a la destrucción del mundo”. Otro crítico, E.R. Curtius, planteó que en Ulises se muestra “un nihilismo metafísico (…) con la cultura de la humanidad convertida en cenizas”. La duda moderna llega para avasallar. Pero obsérvese esta genial vuelta de tuerca, cortesía de Umberto Eco: “Se supone que la esencia de Ulises es la declaración del desorden: ahora bien, para que el desorden y la destrucción hayan podido manifestarse de forma tan evidente y se hayan vuelto comunicantes, era necesario que se les confiriera un orden”. Aquí es donde la huella espiritual del siglo XIX quedó impresa en el libro de Joyce, que inicia la danza de la duda moderna y el desinterés y la desolación y la ansiedad sin fe que aparecerá como tendencia dominante -literaria y social- en el siglo XX.

En el penúltimo capítulo de Ulises, con el formato sencillo de preguntas y respuestas, aparece el siguiente intercambio que me es útil para cerrar este viaje interpretativo: 

“¿Qué consideraciones modificadoras atenuaban sus perturbaciones?

Las dificultades de interpretación, ya que la significación de cualquier acontecimiento seguía a su acontecer tan variablemente como el fenómeno acústico seguía a la descarga eléctrica, y de contraestimación en cuanto a una pérdida efectiva, por fallo en interpretar la suma total de perdidas posibles derivadas originalmente de una interpretación con éxito”. Interpretar el universo como diseño inteligente: he ahí una interpretación con éxito, aunque no tengamos visible al autor del hecho.