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Home Colaboraciones La rebelión de las imágenes: información, vida y ciudadanía

La rebelión de las imágenes: información, vida y ciudadanía

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 “El pesimismo es un asunto de la inteligencia; 

el optimismo, de la voluntad”. 
Antonio Gramsci
Erasmo Marín Villegas*
En el confinamiento, los medios de comunicación tradicionales y los espacios digitales representaron el vínculo permanente del ciudadano con la realidad externa. Durante ese tiempo, las familias recibieron información del estado que guardaba la pandemia en el ámbito regional, nacional y mundial. Dependiendo del grado de interés y de los recursos en cada hogar, la información circuló y cumplió una función social-ética más allá del entretenimiento: la función dominante de los mass media. 
El aspecto negativo de esta historia fue la sobreexposición de noticias, aunque tampoco queda claro dónde situar la cantidad adecuada de información que debe asimilarse. De cualquier modo, parece ineludible la saturación informativa del espacio público cuando estalla una crisis, ¿los efectos psicológicos visibles?: Ansiedad, estrés, incertidumbre, miedo, frustración, tristeza. 
El aislamiento, más la saturación informativa, produce ciudadanos angustiados.
Una vez que el semáforo nacional pase del rojo al verde (con jaloneos por  criterios ), las enfermedades cognitivas podrían ser el ‘nuevo’ virus. Habrá que observar, como indicios significativos del estado mental de las personas, el comportamiento individual y las tendencias grupales en la llamada “nueva normalidad”. He ahí el “quid” de la cuestión: ¿qué normalidad nos espera? No hay huellas de normalidad posible mientras falte un tratamiento eficaz o la vacuna contra Covid-19.           
En febrero pasado, cuando todos los esfuerzos se centraban en detener la propagación del Coronavirus en Europa y América, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió el peligro que representaba la información falsa al respecto: “No sólo luchamos contra una epidemia sino también contra una infodemia”, dijo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de ese organismo. Se refería a las noticias falsas “que se propagan más rápido y más fácilmente que el virus”. Se trata de un problema que surge, paradójicamente, del derecho a la información. Las tecnologías digitales (en mayor medida que los medios tradicionales) carecen de lo que podríamos llamar ‘detectores de Fake news’. Se produce así el consumo de noticias que presentan una realidad distorsionada de la emergencia sanitaria.
¿Repercusiones sociales probables? Confusión y desconfianza en la población sobre las medidas recomendadas por los científicos en la materia. 
Las imágenes, de todo tipo, se ‘rebelan’ con la circulación incesante, que es, repito, una paradoja: el derecho a la información y la libertad de expresión se invocan para saturar el espacio público de ‘Trash news’ (noticias basura). Aunque no podemos meter todo en el mismo bote, el dilema moderno pasa por repensar la forma en que circula la información. En algunos casos, con usuarios que no ejercen un criterio selectivo de notas, la sobreexposición de imágenes provoca un vaivén de sensaciones que lleva a perder la calma, tan necesaria para el retorno a la normalidad (cualquiera que ésta sea). 
Estudios de la Universidad de Texas (Austin, EEUU) refieren que durante el confinamiento, las personas pasaban hasta siete horas diarias consultando notas sobre el Coronavirus. ¿Cuáles fueron reacciones  recurrentes? La escasez de papel higiénico en los grandes almacenes, adquirir armamento para salvaguardar la seguridad personal y compras de bebidas alcohólicas en línea. 
La ansiedad y la irracionalidad se notan. Punto clave: la cantidad de información no significa mejoras cualitativas en el criterio de consumidores y usuarios. La explosión tecnológica requiere reflexión cultural. Parece, por lo pronto, que pocos se quieren subir al tren cultural y muchos se quedan con la parafernalia tecnológica.                           
Resiliencia ante la crisis
Para salvaguardar la tranquilidad mental de la población se pondrá a prueba la resiliencia: capacidad de recuperación del ser humano ante situaciones adversas, ánimo positivo y emprendedor ante la crisis. 
La resiliencia implica fuerzas insospechadas en el individuo, ante el sufrimiento, por la pérdida de un ser querido, la pérdida del empleo con la inevitable merma de recursos para la subsistencia, o –como ocurre en esta ocasión- intentar sobreponerse a una enfermedad de alto riesgo.
Un primer obstáculo será el miedo a salir a la calle. El temor de ser contagiado paraliza a las personas. Muchos pierden la confianza de pensar y actuar con rapidez: titubean. Ante esto, los especialistas recomiendan que –luego de tomar las precauciones debidas- la zozobra debe quedarse en casa. Se tiene que alimentar la autoestima de diversas maneras. A esto ayuda la información confiable, y por ello es vital la función social de los medios y los espacios digitales, que no deberían dejar todo el procesamiento y selección de datos a los usuarios. 
La combinación resiliencia individual y responsabilidad social mediática, puede arrojar luces a la nueva normalidad.
Vivimos entre el reto y la oportunidad de adaptarnos a la nueva realidad. Los obstáculos son superables, incluyendo el enojo y la apatía; debemos enfocarnos en el futuro posible, sin descuidar lo aprendido durante el confinamiento, y comprender que el papel de “víctima de la pandemia” no funciona indefinidamente. La dignidad humana tiene que reivindicarse. Será un proceso lento pero llevará a vencer las debilidades que ya se enseñorean en el siglo XXI: desintegración familiar, eclipse de la amistad y de la búsqueda de trascendencia con sentido espiritual.
La reflexión cultural sobre valores humanos puede ser el resultado más afortunado de la pandemia. ¿De qué otra manera otorgar un sentido a las muertes silenciosas de quienes no se despidieron de sus seres queridos?, ¿De qué otra manera trazar un desahogo, espiritual o metafísico, cuando la muerte nos visita? Será una reflexión cultural por la dignidad humana, y en torno a ella puede construirse un espacio social positivo.
El refugio, la reclusión, el “quédate en casa” fueron apropiados para pasar la cuarentena. Con los cuidados debidos, ahora corresponde presentarse a la vida para darle nuevos sentidos: de colaboración, de unidad, de trabajo. Antes de salir del túnel, una tarea indispensable será repensar la información consultada, si es suficiente, si tiene utilidad, si puede combinarse con otra sin contradicciones; y así, en la triangulación de datos, encontrar verificaciones razonables, fiables.
La inteligencia emocional servirá como filtro para rescatar el conocimiento en el mar de la desinformación que nos rodea. Por supuesto, el estribillo “regresar a como estábamos” será insuficiente. A la vuelta de la esquina tendremos quizás una nueva amenaza epidemiológica que pondrá en entredicho las estructuras políticas, económicas y de salud de los gobiernos. 
 
 
¿Era un mundo ideal? 
Otro aspecto a romper es la nostalgia por el pasado. Por ahora, pareciera que todo tiempo atrás (antes del Covid-19) fue mejor. Se trata de una ilusión óptica que nace de la incertidumbre ante los tratamientos médicos infructuosos (todavía). Tenemos que preguntarnos ¿el mundo de 2019 era el óptimo, el ideal humano?, ¿se caracterizaba por la igualdad y la justicia pregonadas?, ¿qué tan importante era nuestro prójimo? He ahí la pregunta espiritual por excelencia, que se responde con déficit, si hemos de ser sinceros. 
La crisis de modelo de vida apunta a la creación de nuevos valores humanos, o la recuperación de valores perdidos en el camino. El individuo, como núcleo del sistema social, tiene que recuperar importancia y valor. Hemos descuidado, con parámetros inhumanos, el significado de ser humanos. Otras generaciones lo han hecho, con voluntad y amor en acción; con anonimato y nombres propios; pero sobre todo, con carácter y coraje, antídotos contra titubeo y  desánimo. Se superaron -con costos altísimos- dos guerras mundiales, bombas atómicas, campos de concentración, guerras frías, atentados terroristas, guerras civiles sangrientas, hambrunas y enfermedades. Por supuesto que hay repercusiones, de lo hecho y de las omisiones. Libertad y responsabilidad  se dan la mano. La pregunta es: ¿cuál será el legado de nuestra generación? Esa fotografía está por imprimirse. 
 
 

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