Años felices, tiempo en paz

Martes, 27 de Abril de 2021 12:39 Editor
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 Por Erasmo Marín Villegas

 
“Dijo una voz popular
¿Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?” 
Canción La Saeta, 
Joan Manuel Serrat (1969)
 
   
Durante los años felices, la sociedad subía alegre la escalera al cielo. La profecía del retorno al Paraíso recompensaba los esfuerzos del buen hombre. Pero la esperanza de la vida eterna se rompió al desobedecer al Profeta, quien insistía en centrar la mirada en el punto más luminoso del cielo. 
Una distracción abrió entonces la grieta: el ruido de un frágil peldaño rompió el silencio y cundió el miedo. El fantasma del vértigo se apoderó de la muchedumbre. Huérfanos en medio de la nada, como estatuas de sal petrificadas, los hombres permanecen en el firmamento. En la tierra, desolación e incertidumbre. El Cristo sigue en el madero con clavos reforzados. 
 
NOSOTROS NADA
En el poema Horal, Jaime Sabines (1950) representa la dimensión de la tragedia humana que atraviesa el tiempo:
 
El  mar se mide por olas, 
el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.
 
El aire descansa en las hojas, 
El agua en los ojos, nosotros en nada.
 
Parece que soles y sales,
Nosotros en nada.
 
Sí, el tiempo no es reversible. En Figúrate, novela de Joseph Heller (1988), el filósofo Aristóteles recibe la Biblia hebrea y, enfrentado al relato de la Creación con la frase “hágase la luz y la luz se hizo”, exclama: “Maravilloso y sencillo, ¿por qué no se me ocurrió a mí?”. Sus alumnos del Liceo le advierten: ¿Y las pruebas?, a lo que Aristóteles responde: “Hay cosas que no se pueden probar, pero que son obviamente ciertas”. 
 
El Destino Manifiesto sucedió, quizás, cuando los ocho tripulantes del Arca de Noé navegaron a la deriva, amenazados por ráfagas de viento, lluvia y oleaje permanentes; descargas de rayos y monstruos visualizados en la niebla. Exhaustos, no encontraban el final del viaje. De ahí la explicación de que al grito de ¡tierra firme! corrieron en estampida para encontrarse con hambrientos dinosaurios que, a su vez, estaban desconcertados por la lluvia de meteoritos que destruía su hábitat. 
 
El tiempo no espera a nadie, mucho menos a la justicia. Hartos de la hambruna, de pandemias que arrasaban con ciudades y comunas enteras; de guerras para agenciarse tierras cultivables; de la explotación de señores feudales y reyes, los hombres huyeron a… los brazos de banqueros, políticos y nobles que les cambiaron sus herramientase: de la pala, el rastrillo, el machete y el arado, pasaron a desarmadores, martillos, pinzas, láminas y tornos de maquinaria industrial. La modernización se logró pero el futuro de la humanidad se llenó de cinturones de miseria.
 
 
Algo personal: dinero, guerra y paz, sin  Clark Kent 
 
Con finas paradojas, el compositor español Joan Manuel Serrat intenta quitar la máscara a los bienhechores hombres del capital. Esto es “Algo personal” (1983):
 
Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz
Y juegan con cosas que no tienen repuesto
La culpa es del otro si algo les sale mal
Entre esos tipos y yo, hay algo personal.
 
En su reflexiones, el filósofo Immanuel Kant, pretendió entender la situación de la humanidad. “El estado de paz entre hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza (…) que es más bien un estado de guerra, es decir, un estado en el que, si bien las hostilidades no se han declarado, sí existe una constante amenaza de que se declaren. El estado de paz debe, por tanto, ser instaurado, pues la omisión de hostilidades no es todavía garantía de paz…". 
Pero lejos de establecer el camino de la concordia, Europa optó por un modelo  ilusionista de pasiones y sentimentalismos. Tuvo más eco la propuesta filosófica de vida del inglés David Hume, en especial la que refiere que “la razón es, y sólo debe ser, la esclava de las pasiones y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas”. 
 
Más allá de la paz transitoria luego del Siglo XX (con récord de guerras), en la actualidad se vive la pasión fría de las imágenes virtuales, ataúdes cruzados por banderas y difuntos abrigados con la playera del equipo de sus “pasiones”. Eso sí, los muertos duermen en su última morada sin el desarmador que ayude a quitar los tornillos de la caja de madera. Como dice Serrat, “esto es algo personal”.
Llegará el día, si no es que ya sucede, en que habrá una transmisión de Facebook desde la soledad del ataúd. 
 
 
El final ¿mi único amigo?
 
En el inicio de Apocalipsis Now, de Francis Coppola (1979), como parte del contexto militar estadounidense en Vietnam, Jim Morrison (The Doors) canta: “este es el final, mi único amigo, el final; ya no volveré a contemplar tus ojos, perdido en un país desconocido”. Sin celular, sin tablet o una computadora personal a la mano, el joven capitán Willard (encarnado por Martin Sheen) se embrutece con alcohol y rompe el espejo que le devuelve una imagen de degradación. Tendrá una misión de horror para observar más horror, muy lejos del honor de la guerra, a la manera de Héctor y Aquiles, en la Ilíada. 
Pero¿en algún momento de la historia, la guerra ha valido la pena para la humanidad en su conjunto? Para los poderosos, sin duda. 
En el presente la tecnología empequeñece el mundo, y los jóvenes Willard tienen 48 horas de diversión al día sin salir de casa. Sin embargo, la mayoría no está en paz, no está satisfecha, no es feliz. Y los desposeídos, que anhelan esa tecnología y sus divertimentos, no saben del callejón sin salida. La pandemia exhibió este duro problema de las nuevas generaciones en el mundo moderno. Esto es algo impersonal.    
 
 
Pablo Neruda, en El Barco, insinúa el final que tendría nuestra era:
 
Todos llegábamos del mismo sitio,
Todos veníamos de mujer y de hombre.
Todos tuvimos hambre y pronto dientes.
A todos nos crecieron las manos y los ojos
para trabajar y desear lo que existe.
 
Y ahora nos salen con que no podemos,
que no hay sitio en el barco,
no quieren saludarnos,
no quieren jugar con nosotros.
 
¿Por qué tantas ventajas para ustedes?
¿Quién les dio la cuchara cuando no habían nacido?
 
 
El sufrimiento padecido encarna la esperanza de una vida diferente. “Dios ha plantado la eternidad en el corazón del hombre” (Eclesiastés 4:11), por eso cada muerte nos recuerda “nuestra rabiosa lucha por la vida”, profiere Elías Canetti.