El hombre: razón y pasión

Sábado, 09 de Octubre de 2021 00:46 Editor
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 Enrique González Pedrero (*)

 
El ser humano es esencialmente lo que hace: “por sus obras los conoceréis”, se dice desde la más remota antigüedad. De modo que el quehacer humano es fundamental para definir al hombre mismo. Pero el hombre es algo más que hechos: es pensamiento, porque para hacer necesita pensar. El pensamiento, en consecuencia, anticipa la realidad, anticipa los hechos.
Un sociólogo clásico decía que las abejas construyen panales perfectos, como los grandes arquitectos jamás han construido. Pero hay una diferencia notable entre el peor arquitecto y la mejor abeja: que el peor arquitecto ha pensado, ha proyectado en su cerebro lo que después va a realizar (aunque a veces lo que proyecta son edificios de departamentos que parecen panales imperfectos). La diferencia está en que el maestro de obras, el arquitecto, primero pensaron, planearon anticipadamente su obra; la abeja construye por instinto, de modo que la perfección natural es, por paradójico que parezca, incompleta respecto a la imperfección humana, porque esta última supone un acto de voluntad, de decisión: el hombre piensa y, porque piensa, actúa.
Claro que hay hombres que sólo actúan. Esos aparentes fanáticos de la acción se equivocan porque no reflexionan y entonces tienen que estar enmendando sobre la marcha en el mejor de los casos. En el peor, la marcha misma los destruye.
También hay hombres que sólo piensan y que no actúan. Y por supuesto hay algunos que ni piensan, ni actúan; pero de éstos es mejor no hablar. Aquél que piensa y no hace, en el mejor de los casos es un diletante. No digo que es un intelectual, porque éste es un hombre que piensa y hace: libros, teorías, planteamientos rigurosos. Pero un diletante es un hombre que se queda sólo en la reflexión, que a lo más que llega es a la charla intrascendente.
En el periodismo, el hacer es la escritura. Por eso, creo que un buen periodista tiene que escribir con claridad, con lógica, con lucidez, con inteligencia. Del periodismo han surgido, desde siempre, grandes escritores, y voy a citar a tres que a mí me gustan mucho: (Ernest) Hemingway, (Albert) Camus y (Gabriel) García Márquez; los tres demuestran que para escribir bien hay que pensar bien.
En el periodismo, como en todas las profesiones, lo importante es que haya vocación. Pero también que se aprenda el oficio porque de nada servirá tener una gran vocación si no se tiene oficio. Goethe decía que la inspiración es 99 por ciento de trabajo y uno por ciento de imaginación. Quizá exageraba un poco, pero en lo que no exageraba es en las virtudes del trabajo: un hombre que trabaja todos los días y que sabe dónde dejó su trabajo, puede continuarlo al día siguiente. Esa es la receta que leí alguna vez en García Márquez, que no terminaba de escribir su cuota diaria hasta que sabía muy bien en qué había terminado y cómo iba a iniciar al día siguiente su trabajo. Me parece que esta receta es válida en la literatura y en la vida de todos los días: hay que trabajar, saber dónde deja uno su trabajo y al día siguiente continuar a partir de ese mismo punto, pues el trabajo es como la vida: no se detiene nunca hasta que termina totalmente y entonces lo que cuenta son los hechos realizados.
Por eso digo que hay que unir vocación con oficio, o en otros términos: fin y medio; hacer del trabajo periodístico –como de todos los trabajos- no sólo un medio de vida sino un fin en la vida: esa es la vocación, la otra es la profesión. Me gano la vida con mi profesión, pero no vivo por lo que gano, vivo por lo que trabajo, y entonces no hay sueldo que pague la satisfacción.
Sólo esta combinación de medio y fin, de vocación y oficio da vida plena. No digo que produzca obras perfectas; ya sabemos que las obras humanas no lo son, ni que todo el mundo esté de acuerdo con lo que uno realiza. Pero cuando uno está contento con lo que está realizando, es posible que esa plenitud, que esa alegría que se le pone al esfuerzo, se transmita y que algo quede en los demás.
Max Weber habla del mismo tema en “La política como vocación”, al referirse a las dos éticas que definen a los políticos, pero que sirven igual para definir a todos los hombres en sociedad, cuando son hombres realmente: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.
En la ética de la convicción –que yo llamaría pasión-, la ideología lo ciega todo. Hay políticos, hay periodistas que sólo piensan en la ideología, que se apasionan con ella, que creen que lo que no es ideología no tiene interés. Tener convicciones en la vida es muy importante, tener ideología en la vida es muy importante; pero creer que las convicciones son la vida es un error, porque la vida es mucho más rica, mucho más plena. Nada grande en el mundo se ha hecho sin pasión, pero con la sola pasión nada inteligente se hace en el mundo.
A la ética de la responsabilidad la llamaría yo inteligencia fría. Si la pasión es cálida, la inteligencia debe ser fría para domeñar la pasión y para hacerla efectiva. La pasión desborda, se vuelve instinto, es naturaleza; la inteligencia es la esencia del hombre: la razón previa a la acción. Quizás  los actos no resulten tan perfectos como el plan previsto, pero el plan que sirvió de guión permite que la pasión sea controlada por la inteligencia. Por eso, la suma entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad son los elementos que caracterizan a una gran periodista, a un gran político, a un gran músico, a un gran ingeniero: a un hombre cabal.    (Palabras de EGP al declarar inaugurados los trabajos del Curso Intensivo de Periodismo. Villahermosa, 7 de junio de 1983. Recuperamos este texto por ser de interés público y en homenaje al autor)