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Tiempo de campañas: la ansiada posibilidad de recuperar el valor de los compromisos

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 Escala Crítica/ Diario Presente, Ventanasur, Horay20noticias, Avance

*Se ha impuesto el poder como fin y no como medio
*El que no transa no avanza, una consigna dañina
*Las decisiones públicas y la participación ausente
 
Por Víctor M. Sámano Labastida
 
REGENERAR LA POLÍTICA, recuperar la ciudadanía. Comentaba en mi anterior colaboración que, lamentablemente, en las campañas (tanto políticas como mercantiles) se usan cada vez más medias verdades y engaños, con el objetivo de obtener votantes (o consumidores) el a toda costa.  El fin es el poder y eso, dicen, justifica los medios. Tal es el motivo por que “los políticos”, como se conoce genéricamente a quienes se dedican a la siembra y cosecha electoral, tiene ganado el nivel de confianza más bajo el país (Estudio demoscópico de confianza social, UNAM 2023).
 
                         
¿Y la ética en la política? Lo hemos dicho en otras ocasiones: está casi siempre ausente, de vacaciones. Podría decirse que es condición para avanzar. Cuántas veces no se ha repetido aquello de que “el que no transa no avanza”.  Esto no siempre ha sido así. 
Mientras el sentido clásico de la política se ubicaba en la ciudad, la luz pública, que debe enterarse a tiempo de las acciones de los gobernantes y otros actores, el sentido moderno de la política ha privilegiado la sombra: política como quehacer privado, fuera de los reflectores. Política sin explicación abierta de razones y ni rendición cuentas. El siglo XXI exhibe una paradoja: a mayor cantidad de plataformas de comunicación, más información que mete ruido y confunde al electorado. El escándalo evita escuchar el contenido. 
Así ocurre que en el nivel mediático se tiene la impresión de que los datos fluyen como nunca antes, mientras lo público se decide contradictoriamente en privado, sin intromisiones de quienes no forman parte de la élite política/económica y que tampoco son especialistas en determinada área técnica (élites académicas). No sabes, no opines, la premisa de quien no te permite saber.
 
EN EL PRINCIPIO HUBO LUZ
 
Los medios de comunicación, desde hace 160 años, entraron en el juego político con un efecto positivo: transparentar la competencia, sumar reflexión y datos a la democracia. Nivel ético de la actividad periodística era determinante. 
Me decía el profesor Miguel Ángel Granados Chapa, con quien tuve la fortuna de colaborar: poco a poco se neutralizó la intervención informativa autónoma: políticos y periodistas establecieron acuerdos para manejar los espacios públicos de la comunidad como escenografía. Es decir: las decisiones significativas se tomaban en corto, antes del debate público. Y el debate ‘cuchareado’ –de diría ahora- se anunciaba como parte del “entorno democrático”. 
Este viraje de la política como acción privada antes que pública, tiene consecuencias diversas, con una lección a destacar: cuando la política es deliberativa, verdaderamente deliberativa en la arena pública, hay mayores posibilidades de consenso sólido y cambio real en un país. Esta falta de debate, de discusión interna, de búsqueda de puntos de coincidencia, explica en mayor parte la crisis de los partidos: representan a las dirigencias no a sus bases.
                    
¿UN ‘NOSOTROS’ SIN MEDIAS VERDADES?
 
El individualismo de medias verdades marca nuestra época. La política lo practica como ‘mal menor’, porque mentir ya no tiene valoración social negativa. Se ha instalado el vicio como norma. La bondad es ingenuidad.  En lo legal, hay desproporción entre error y sanción: facilidad para la impunidad. Recuerdo que a Gerardo Laveaga, cuando era director del Inacipe (Instituto de Ciencias Penales), le hice una pregunta. ¿Cree usted que a los mexicanos nos falta conocer la ley para respetar el Derecho? Su respuesta: lamentablemente no, muchas veces quienes más conocen la ley más posibilidades tienen de que no se aplique o se aplique arbitrariamente. Además, añadió, está hecha para ser interpretada. Y en efecto, en las interpretaciones caben los mundos que se quiera.
Así vemos que la autoridad se diluye. El poder ya no es autoridad, carece de mecanismos de contención y autocontención.  Sucede a nivel micro en familias fragmentadas, donde ninguno de sus miembros se responsabiliza de algo en concreto, mientras la familia se rompe. El poder deja de ser responsabilidad. Sucede a nivel macro, con la cancelación de investigaciones (FGR) que refrescarían éticamente la arena pública. El deber, como misión política y ciudadana, fue parte de otro tiempo, cuya construcción del ‘nosotros’ era eje de la acción pública.
En la actualidad electoral, falta la noción básica de comunidad, vital para la ética. ¿Cómo recuperar ese ‘nosotros’? No por decreto, como se firman las leyes. La construcción es lenta, como ejercicio de democracia cotidiana que fortalece al sujeto individual y así nutrir el organismo social. ¿Idealismo ético? Eso advierten pragmáticos y técnicos de la política. Sin embargo, la confianza social parece rota entre adversarios políticos y las medias verdades campean en spots y comentarios mediáticos. La ética está en otra parte.
AL MARGEN
MUY MAL anda una sociedad cuando quienes deben dar ejemplo de ética y respeto a las normas buscan las mil formas de darles la vuelta…y a la vista de todos. 
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