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Home Escala Crítica MONSIVÁIS Y EL AUTORITARISMO: EL PASADO, PARECE QUE FUE HOY

MONSIVÁIS Y EL AUTORITARISMO: EL PASADO, PARECE QUE FUE HOY

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 Escala Crítica/Columna diaria

*Escribió: México, “en su mejor momento, porque el siguiente será peor”
*La necesidad del desacuerdo inteligente; el amor al país, implacable
*Temblor en Los Pinos: López Obrador y la sombra de Carlos Salinas
 
Víctor M. Sámano Labastida
          
“SI PERSISTE  la crisis, consulte a su Monsi”. Lo dijo Elena Poniatowska en los años 80s del siglo pasado. Se refería a la capacidad de Carlos Monsiváis para detectar lo esencial de un problema. En el periodismo interpretativo que practicaba Monsiváis, ésa es la máxima aspiración: ver el ‘nudo’ que tienen que ‘cortar’ los actores sociales. Casi nadie lo logra, perdidos en la claudicación ética, la difusa verborrea, los afanes de superioridad y la denuncia sin fundamentos.  
Los ochenta fueron años de crisis económica y tobogán devaluatorio, oposición política limitada pero consistente; resistencia pacífica por fraudes electorales y estallido civil solidario ante los estragos del terremoto de 1985. La sociedad se organizaba. El emperador gubernamental aparecía desnudo frente a los problemas. Monsiváis documentó la crisis, observador minucioso del caos nacional. De ese caos emergió con brío un país con otros resortes sociopolíticos. Monsiváis lo consignó en libros ya clásicos de crónicas/ensayos: Días de guardar (1970), Amor perdido (1977), Entrada Libre (1987), Los rituales del caos (1995). No era complaciente ni con su prosa. Así perfiló la infranqueable distancia entre el periodismo crítico y el poder político: “Yo anotaba y anotaba… y el caudillo no se dio por enterado”.  
¿Qué escribiría Monsiváis (1938-2010), sobre la democracia menguante que hoy vivimos? Esta Escala sabatina intenta un Monsi revisitado no sólo como mínimo homenaje sino porque la vigencia de sus ideas se afianza en tiempos críticos, como los actuales.   
DE ACARREADOS Y OTRAS YERBAS
“ME LLAMO Carlos Monsiváis y no quisiera sentirme acarreado”. Frase representativa de la época de oro del PRI hegemónico. El jugo y la torta bastaban. Hoy, los acarreos no necesitan desplazamiento físico sino finuras cibernéticas, programas populares de subsidio, filas que intercambian efectivo por fotocredenciales y ayudas sociales que tienen como sesgado objetivo alimentar de votos. Un acarreo simbólico (a la vez concreto, pues se vuelve boleta electoral) sustituye al acarreo de bulto.     
Desconfiaba Monsiváis cuando los políticos hablaban en nombre del nacionalismo: “El nacionalismo es la moral social que el Estado y los sectores progresistas aceptan y pregonan. Y es, además, el ímpetu que corre paralelo a la lucha descarnada por el poder”. Es la descripción para uso político: primero como “moral social”, justificadora de gobernantes abusivos, y luego como “lucha descarnada por el poder”. Entonces: si nacionalismo es el slogan, su tema es el secuestro del poder. 
Otra perla: “adónde dirigir la confianza cuando todo está en liquidación”. Monsiváis escribió estas palabras hoy por la mañana (parecería).
Lo que sigue es una frase formidable, que en su análisis quizás cubre un arco histórico de 1968 a 1988: “También eso falla y terriblemente: la conciencia de ser los vasallos forzosos de una autocracia que es corrupta para que no la acusen de inflexible, se va aceptando a regañadientes en los ámbitos de la clase media ilustrada, en medio de la impensabilidad de una ruptura con el Estado”. Después del traumático 1988 electoral, con la caída del sistema de cómputo, la clase gobernante es sensible a la opinión pública para que no la acusen de corrupta, que lo sea es otra cosa. Lo que no ha cambiado es la clase media ilustrada, que mira regularmente hacia palacio y no lo que sucede a ras de calle. ¿La razón? El Estado benefactor mexicano, que ha sobrevivido a la transición del poder, a la globalización y las nuevas tecnologías. 
He aquí la definición satírica del Estado, según Monsiváis: “Tierra firme, madre protectora, padre cruel, amigo capaz de aprobar o inventar méritos, religión laica de recompensas extracelestiales, círculo de seguridades y regaños”. Esto no ha cambiado, ni siquiera con la rotación de siglas partidistas en los sillones del poder ejecutivo y el poder legislativo. La burla cansa.
AUTORITARISMO DE LESA HUMANIDAD
INSPIRADO. “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la falta de locura, medrosas, pensando que alguien puede darse cuenta de su desnudez, apiñándose a la puerta de los poderosos, llevando su adhesión a quien la acepte”. Esta variante irónica del poema Aullido, de Allen Ginsberg, pertenece a Monsiváis y transmite una convicción inversa: él nunca se apiñó a la puerta de los poderosos. Guiño vivencial a periodistas y ciudadanos, vital en los tiempos que corren.
Monsiváis fue implacable en sus “anotaciones sobre un mundo circular, en cuya estabilidad, eficacia y ánimo invulnerables casi todos creían, sin mayores reservas, hasta hace poco tiempo”. Ese mundo circular sigue aquí: una república sombría, que privilegia las apariencias sobre los hechos.  
Se mantiene vigente como cronista de México por su fobia al autoritarismo en todas sus formas: político, cultural, social, económico, periodístico. En una ocasión, Enrique Krauze le dijo que “el último marxista morirá en un cubículo de universidad”, y Monsiváis replicó: “el último autoritario morirá en palacio nacional”. ¿Será?
 
CARLOS, EL INNOMBRABLE
 
UNA SOMBRA aparece entretelones de la sucesión del PRI: la de Carlos Salinas de Gortari. Durante el mitin del 26 de junio de este año en el Zócalo, Andrés Manuel López Obrador sorprendió a muchos, no a todos:  le bajó un poco de presión a su discurso para enviar un mensaje “respetuoso y oportuno” a Enrique Peña Nieto: integrar un gabinete de transición.
Dijo López Obrador, quien hoy estará en Tabasco: “Todavía podemos buscar una transición ordenada y pacífica para que, en el 2018, ya pronto, falta poco, el pueblo, de manera libre y democrática, elija no sólo su próximo gobierno, sino la política que más convenga hacia el porvenir”.
Poco más de dos semanas después, en una entrevista radiofónica volvió a insistir en una posición menos radical respecto a la reforma educativa: “No se puede derogar, sería la claudicación del gobierno, no se trata de jugar a las vencidas, el gobierno tiene que aceptar que se equivocó al no consultar a maestros y padres de familia cuando se aprobó esta ley o el paquete de leyes…”
Lo que parecía observar López Obrador era un peligroso debilitamiento de Peña Nieto, que también implicaba un riesgo para el Estado como institución. Lanzó una especie de bote salvavidas frente a los tiburones del salinismo. ( Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla )
 
 

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