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Home Cultura Lito/eral MÍMESIS/ Leonard Cohen (1934-2016): el arte, esa derrota invencible

MÍMESIS/ Leonard Cohen (1934-2016): el arte, esa derrota invencible

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 Pablo del Ángel Vidal                  

 
* “La poesía es un lugar que nadie comanda”.   
* “He visto el futuro, amigo: es puro asesinato”.         
* El pesimismo como estado de desaliento admirable.                      
 
El lunes 7 de noviembre murió el compositor judío/canadiense Leonard Cohen, cuyo nombre danzaba junto a Bob Dylan en la lista de candidatos al Premio Nobel de Literatura. Como la fama de ambos es asimétrica, valdrá la pena citar aquí fragmentos poéticos del master Cohen, quien militaba en las filas del pesimismo enérgico y (des)alentador: “el pesimista es alguien que espera que llueva, pero yo estoy empapado hasta los huesos”.
Su hijo Adam Cohen lo describió así: “combinación única de autodesprecio y dignidad, elegancia, carisma sin audacia, caballerosidad de otra época y torre de trabajo”. Los admirables estados de desaliento de Cohen recuerdan al literato irlandés Samuel Beckett, quien interrogado sobre el objetivo de su arte, respondió: “fracasar, y luego fracasar mejor”. Pero ahí no queda la cosa, pues George Steiner, crítico literario, reviró: “Esto es demasiado optimista”. En esas calles desoladas se paseó este artista de culto que forjaría 14 discos con canciones acribilladas por la extrañeza, el erotismo, la rabia y la búsqueda existencial, entre 1967 y 2016. Hay que escucharlo con cuidado, lentitud y una pizca de salvaje felicidad, para no deprimirse. 
No gusta: sacude.    
¿Qué tan cerca se quedó Cohen del Premio Nobel? Nada importa la distancia y mucho importa su despiadado arte, “esa derrota invencible”, como él lo llamó. En 2012, al recibir el Premio Príncipe de Asturias de poesía, dio un discurso memorable, atípico para cualquier laureado: “si hemos de narrar la inevitable caída que nos espera a todos, debemos hacerlo dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza”. No autocomplacencia, no dulzura, no blandenguería. Arte Cohen: navaja que rasura ilusiones. Por salud emocional, muchos no miramos seguido en ese espejo.   
HERMOSOS VENCIDOS: LA DERROTA COMO ENERGÍA
Así se tituló primera novela de Leonard Cohen, que se graduó en letras españolas (1959) y encontró en Federico García Lorca su bandera estética. Como al malogrado poeta español, la derrota lo acorraló y lo persiguió en forma de temas terribles, pero venció a sus derrotas. Por ejemplo, ¿qué decir de la democracia en una canción? Cuestión panfletaria si la hay, Cohen la resuelve con sorpresivo lenguaje marino: “Navega hacia las costas de la necesidad, a través de ráfagas de odio y tormentas de codicia”. En el mismo tenor de dificultad panfletaria se maneja una poesía titulada “Retrato del ayuntamiento”: 
Los diamantes de la culpa 
Los papiros de la culpa
Los pilares de la culpa
Los colores de la culpa
Las banderas de la culpa
Las gárgolas de la culpa
Las espinas de la culpa
Escuchad, dice el alcalde,
escuchad a las avecillas de los bosques.
Cantan como hombres encadenados.
Desde luego, la palabra ‘culpa’ no resuena en la política real. Cohen convierte su poesía en una extraña reiteración de la mediocridad política, con palabras poco asociadas a la culpa: diamantes, papiros, pilares, colores, banderas, gárgolas, espinas. Y el remate con las aves que cantan como hombres encadenados deja nulo espacio al optimismo. ¿Cruel? Real.
El mundo, para Cohen, es un paisaje de interrogantes sin respuestas ingenuas. La ingenuidad no cabe en el amargo arte Cohen. Veamos su poesía “Qué hago aquí”:
No sé si el mundo ha mentido
yo he mentido
yo no sé si el mundo ha conspirado contra el amor
yo he conspirado contra el amor
el clima de tortura no constituye ningún consuelo
yo he torturado
aunque no hubiera existido la nube en forma de hongo
habría odiado
escuchadme
yo habría hecho las mismas cosas
aunque no existiera la muerte
me niego a que se me sujete como a un borracho
bajo el frío grifo de los hechos
yo rechazo la coartada universal
como un ninfomaníaco que ata a un millar
en una extraña hermandad
yo espero
a que cada uno de vosotros confiese.    
Ante la luz de los problemas humanos, Cohen no parpadea. También esto es demasiado optimista. El mundo se recrea en la crueldad porque no resiste la crueldad de un amor desviado. Tal vez el anhelo escondido aquí es la virtud del mundo, producto del amor no retórico, sino dinámico y factual.           
LA ESCUELA EXPERIENCIA, QUE NO ENSEÑA NADA
“Si yo supiera de dónde vienen las poesías y las canciones perfectas, iría a ese lugar más a menudo”. Cohen imagina a los grandes del arte en solipsismo denso, rodeados por una soledad cognitiva que persigue la empatía a fuerza de resistirla. Paradoja que se refleja en su poema “Cielo”:
Los grandes pasan
pasan sin tocarse
pasan sin mirarse
cada uno sumido en el gozo
cada uno en su fuego
No tienen necesidad
el uno del otro
tienen la más profunda de las necesidades.
¿Cuál será “la más profunda de las necesidades”?, ¿Vivir, morir, crear? Ese dilema recorre las canciones de Cohen, sus libros de poemas y sus tres novelas que se vendieron bien hasta que se hizo un compositor de culto en el mundo del rock. Fue elevado al salón de la fama del rock en 2010, cuestión que le tuvo sin cuidado. Estaba más interesado en el lugar desde donde mana la poesía:
Me gustaría leer
uno de los poemas
que me arrastraron a la poesía.
No recuerdo ni una sola línea,
ni siquiera sé dónde buscar.
Lo mismo
me ha pasado con el dinero,
las mujeres y las charlas a última hora de la tarde.
Dónde están los poemas
que me alejaron
de todo lo que amaba
para llegar a donde estoy
desnudo con la idea de encontrarte.
La interrogante existencial y amorosa como flecha que apunta en mil direcciones. Cohen, caballero de otra época, no se anduvo por las ramas: escribió en línea recta.           
PERSIGUIENDO A MARIANNE
La mujer de Leonard Cohen murió en julio de este año. “Nuestros cuerpos se caen a pedazos. Marianne: estoy listo para el viaje”. Heroica despedida de amor, a los 82 años de edad. Apenas sobrevivió unos meses, justo para escribir su último álbum de canciones “I’m just want a darker” (Yo sólo quiero un oscurecedor”), que llevan la bandera de una vejez sabia, terca y vitalista:    
Larga vida al poder de los ojos
Larga vida a los escalones invisibles
que los hombres pueden leer en una montaña
Larga vida a la máquina desconocida
o corazón
que por deseo o accidente
vierte con gracia de vencedor
un clima interminablemente perfecto
sobre las perfectas criaturas
que amamanta el mundo.
Se antoja una duda: la alegría escondida en el pesimismo enérgico de este oscuro maestro. Con Leonard Cohen fuera del mundo, las sombras se alargan un poco más. Esto no le gustaría. Recordemos su lección de arte, aprendida de García Lorca y los acordes de un joven español, desconocido guitarrista de flamenco que se suicidó en Montreal: narrar la caída dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza.
 
 

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