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EL AFFAIR DE LA CARNE DE CABALLO

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Por José Luis Lezama
(Tomado de Reforma, 09/III/2013, con permiso del autor)

Pudiera a simple vista parecer producto de esa suerte de ansiedad, angustia, depresión o intranquilidad emocional que muchos asocian al espíritu europeo en el periodo moderno, aquello que algunos definen como la german angst, una aparente hipersensibilidad, trágica a veces, ante muchos de los movimientos, formas de vida, avances, tecnologías o innovaciones del mundo moderno.

Otros lo asocian a la ruptura de un tabú, la transgresión de una norma social que permite separar y distinguir lo que es doméstico y amigable, de lo que es salvaje y hostil al hombre, que se expresa en el sacrilegio no sólo de matar, sino de comer a un ser de alguna manera considerado digno del respeto y gratitud, compañero de vida, de trabajo, de batallas, fuente de placer y confort para los humanos.
No obstante, el sentimiento europeo ante el escándalo provocado por la venta de carne de caballo etiquetada como carne de res, es algo más que una simple aflicción existencial; tiene que ver con el agravio a una ciudadanía que, por una parte, se siente engañada y, por otra, amenazada en su salud e integridad física y que, al mismo tiempo, se percibe vulnerable ante una crisis económica, que reduce a la pobreza a vastos sectores de la población en Europa, y a la que se le presenta de nuevo la oportunidad de corroborar que la industria alimenticia, como ocurrió en el caso de la mad cow disease, lo que menos le importa es la salud y bienestar de los ciudadanos.
Hoy día el affair de la carne de caballo está pasando de su inicial estado emocional, a uno de crisis económica que amenaza a la propia industria alimenticia, al generarse en los consumidores un sentimiento de rechazo y de desconfianza, no sólo por el fraude de que fueron objeto, sino por los testimonios y pruebas de laboratorio que demuestran la dudosa calidad de los alimentos que circulan hoy día en el mercado, condimentados con un conjunto de sustancias y prácticas de producción en donde abundan los químicos, los antibióticos, las hormonas y otras técnicas para aumentar la rentabilidad de la industria alimenticia en general.
No obstante, los motivos que han provocado indignación ante el hallazgo de rastros de carne de caballo en alimentos procesados y hamburguesas, primero en Irlanda y después en Francia y otros países de Europa, son distintos, como también es distinto el lugar que cada país o cultura le asigna a la carne de caballo en su vida y en su dieta alimenticia.
En el Reino Unido y en Irlanda, por ejemplo, existe un sentimiento de desagrado o repulsión ante la carne de caballo, que algunos atribuyen a la mencionada idea de considerarlos animales domésticos, muy cercanos y proveedores de variados y apreciados servicios a los humanos; de aquí derivaría la irritación por la conducta fraudulenta de quienes los hicieron comer una carne no correcta para el consumo humano. En algunos países de Europa continental como Francia e Italia, comer carne de caballo puede llegar a ser una una delicacy, algo sólo apto para el exquisito paladar de los gourmets. En este caso la protesta se explicaría por la percepción de engaño y fraude. En ambos casos existe una fuerte preocupación por daños a la salud al comer animales que, en algunas pruebas, dieron positivo a drogas como el analgésico fenilbutazona (The NYT. 22/II/2013). China es un gran consumidor de carne de caballo. Es también el primer exportador mundial. México aparece como el segundo exportador, de acuerdo a la FAO.
En distintos momentos, pero sobre todo en el periodo moderno, particularmente en el mundo occidental, la carne de caballo ha sido considerada como un alimento de último recurso, sólo destinado a los pobres, para situaciones de escasez severa, y en situaciones de hambruna o guerra. En Inglaterra, cuando las ciudades se abarrotaron de pobres, a mediados del siglo XIX, se empezó a discutir la posibilidad de alimentar a los desposeídos y menesterosos con carne de caballo. Durante la época victoriana esta carne estaba asociada con la pobreza e indigencia. No es extraño que en estos momentos de crisis económica, de escasez de alimentos, de altos precios de los cereales y alimentos básicos y de escaso poder adquisitivo en amplios sectores sociales, la industria alimenticia recurra al fraude, a la comida adulterada y de mala calidad para ofrecer alimentos a precios accesibles, a una población desempleada o con bajos salarios, que ve sacrificada su salud y seguridad, asegurándole a la industria alimenticia sus amplios márgenes de rentabilidad. Laura Sandys, integrante del parlamento británico por el partido conservador, brindó una explicación sorprendente sobre las causas de esta crisis. Dijo que la época de la comida barata ha llegado a su fin, insinuando que los consumidores habían prácticamente autorizado la estafa y el engaño al preferir ‘inconscientemente’ comprar comida barata y de mala calidad, en lugar de gastar en la más cara y de mejor calidad. www.joseluislezama.com

 

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